sábado, 31 de enero de 2015

¿Es posible pensar El Quijote como obra de arte autónoma a su interpretación histórica?

        
           En “Pierre Menard, autor del Quijote” Jorge Luis Borges define la práctica de escritura y lectura como instancias en las que tanto autor como lector construyen una multiplicidad de sentidos. Estos se actualizan en el espacio fronterizo entre el tiempo de la escritura y de la lectura, de modo que son los lectores quienes demuestran que una obra no posee sentidos fijos, sino que están en constante proceso de reinterpretación. Por lo tanto, la obra alcanza su totalidad de sentido en cuanto se agotan sus posibilidades de interpretación. Así, la obra posee un contenido de sentido que es comprendido por el lector, posicionándose su figura por sobre la del autor. 
Representación del Quijote con su Escudero en una plaza de Madrid
que ya no recuerdo su nombre. El bulto humano que Sancho aparece
aplastando soy yo.
           Ahora bien, considerando que los múltiples sentidos de una obra se actualizan en los procesos interpretativos de los lectores, sostengo que “Pierre Menard” da cuenta de que la obra de arte mantiene una completa autonomía con respecto al autor y al lector, pues recibe su determinación en cuanto es representada y reactualizada. De modo que existen tantos Quijotes como lectores de este en distintas épocas y contextos. En tal sentido, “Pierre Menard” se erige como un relato que demuestra la intemporalidad de la obra de arte, pues cada repetición de su lectura es “es tan originaria como la obra misma” (Gadamer 168), lo cual altera la continuidad lineal entre el espacio de la escritura y la lectura. Así, la obra de arte se sitúa en un espacio supra-histórico, y para fundamentar este segundo aspecto me serviré en lo sucesivo del texto de “Sobre la utilidad de las cosas” de Nietzsche, con el fin de explicar la resignificación de los sentidos en distintas circunstancias de una realidad histórica.
           
1.1.- La interpretación de la obra de arte como juego:
Pues bien, para poder sostener que “Pierre Menard” es un relato que constata la autonomía de la obra resulta necesario aclarar, en primer lugar, en qué sentido se entiende la obra como la realización de un juego. La representación del Quijote constituye el juego mediante el cual “los jugadores representan una totalidad de sentidos para los espectadores” (Gadamer 153). Es juego porque se manifiesta en el movimiento continuo entre quienes construyen y actualizan los sentidos contenidos en el texto. Así, el juego es de carácter medial, ya que aquellos sentidos son resignificados en tanto que hay un espectador que comprende y dialoga con la representación del juego. De este modo, para Gadamer “el espectador forma parte del juego pese a toda la distancia de su estar enfrente” (160) y, en última instancia, el juego se realiza para él. En el caso de "Pierre Menard", el espectador se identifica con Pierre Menard y en su figura se puede encontrar la realización plena de la definición de espectador y jugador que postula Gadamer en su hermenéutica de la obra de arte. Ello debido a que es un lector que no limita sus lecturas al mero goce estético, sino que asume una postura contemplativa e interpretativa desde la cual requiere reescribir sus lecturas para poder ser capaz de cualquier idea. En este sentido, no es azaroso que todo el catálogo de sus obras visibles corresponda a textos en los que Menard interpreta, analiza o traduce otros textos anteriores, como por ejemplo:
c) Una monografía sobre “ciertas conexiones o afinidades” del pensamiento de Descartes, de Leibniz y de John Wilkins (Nîmes, 1903) […].
k) Una traducción manuscrita de la Aguja de navegar cultos de Quevedo, intitulada La Boussole des précieux.
 l) Un prefacio al catálogo de la exposición de litografías de Carolus Hourcade (Nîmes, 1914).
n) Un obstinado análisis de las “costumbres sintácticas” de Toulet (N.R.F., marzo de 1921). Menard ­recuerdo­ declaraba que censurar y alabar son operaciones sentimentales que nada tienen que ver con la crítica (Borges 445).
 Incluso, la empresa de llegar a pensar como Cervantes, adquiriendo su lengua materna y algunas de sus costumbres para coincidir con la  escritura del Quijote, revela la voluntad de agotar todos los sentidos posibles que presenta una obra, hasta el punto de cometer plagio  –en el caso de que se juzgue desde una perspectiva canónica.
Por lo tanto, se advierte que en “Pierre Menard” la dicotomía convencional de autor/escritor es derribada, puesto que ambas figuras pertenecen a una misma esfera en el instante que se difuminan e intrincan en las prácticas interpretativas que se dan lugar sobre el Quijote. Así, Pierre Menard funge a la vez como lector, traductor y autor: lector porque accede al Quijote de Cervantes como un espectador contemplativo; traductor porque interpreta el Quijote desde sus condiciones de producción originarias para llegar a una interpretación actualizada; y, finalmente, autor porque escribe su propia lectura cargando de otros sentidos a un texto anterior. Una de las condiciones que favorece a que Pierre Menard emprenda su empresa, descrita en las siguientes palabras: “su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran –palabra por palabra y línea por línea- con las de Miguel de Cervantes” (446), consiste en la siguiente declaración: “mi recuerdo general del Quijote, simplificada por el olvido y la indiferencia, puede muy bien equivaler a la imprecisa imagen anterior de un libro no escrito” (448). Tal afirmación revela la posibilidad de escribir un libro a partir de la apropiación de sentidos que ha dejado una lectura lejana. Este tipo de lectura genera la impresión de que el libro, en realidad, aún no ha sido escrito y que constituye una epifanía del lector. De manera tal que nuevamente el lector adquiere el protagonismo para completar la obra de arte, en cuanto pone en discusión las ideas que han sido consagradas y que han anquilosado el sentido de un texto. Es en esta problematización cuando Menard roba a Cervantes cada una de las palabras puestas en el Quijote, con el fin de impregnarles otros significados que han sido enriquecidos desde la posición ocupada por el lector/traductor/autor, lo cual conduce a pensar al mismo tiempo que “el significado es un efecto frágil del lenguaje” (Rodríguez 107).
Reinterpretación urbana del Quijote con su escudero en alguna
plaza de Bruselas.
Asimismo, para Rodríguez este ejercicio implica una triple destrucción: “por un lado, la idea de identidad fija de un texto; por el otro, la idea de autor; finalmente, la de escritura original” (108). Es así como se pone en cuestión la posibilidad de que un autor sea capaz de concebir en su escritura una idea única e irrepetible, a la vez que se descree de la autoría efectiva de una obra. Por lo tanto, la interpretación y la resignificación comportan procesos que son valorados en mayor grado que la mera pretensión de escribir una obra. Es por esto que Borges juzga que el texto de Cervantes en contraste con los fragmentos escritos por Menard  “son verbalmente idénticos, pero el segundo es casi infinitamente más rico. (Más ambiguo, dirán sus detractores; pero la ambigüedad es una riqueza)” (449), pues se han ejecutado a partir de la apropiación interpretativa de los sentidos contenidos en el Quijote.  De este modo, las diversas resignificaciones que emergen de un texto dependen del lugar desde donde se juzgan los sentidos. Es así como la lectura del Quijote desde la posición de Menard constituye una construcción a partir de lo que se juzga que sucedió, tal como se constata en las siguientes líneas: “la verdad histórica, para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió” (449). En este sentido, el fragmento que se transcribe en “Pierre Menard” guarda estrecha relación con la anterior idea: “la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir” (449). La verdad no es sino interpretación de lo que se juzga que ocurrió en una determinada comunidad.
            Por lo tanto, el Quijote como obra de arte es una construcción, pues “se trata de un todo significativo, que como tal puede ser representado repetidamente y ser entendido en su sentido” (Gadamer 161). Así, la construcción es también juego porque “alcanza su pleno ser cuando se lo juega en cada caso” (161), vale decir, en el instante que se presenta a sí misma como una totalidad de sentidos para ser mediados por la interpretación del espectador. De lo que se sigue que el juego está referido a su representación y guarda completa independencia de la determinación de sentido que puede realizar el artista y el espectador sobre la obra, debido a que esta recibe su sentido a medida que representadores de distintos contextos y posiciones interpretativas construyen sus significados. De este modo “el juego mantiene frente a todos ellos [artista y representador] una completa autonomía” (155), lo cual permite concebir que una obra como el Quijote siga cumpliendo su función de objeto artístico en contextos distintos al de su momento de producción. Esto se explica porque el Quijote en tanto obra de arte es una construcción que “ha encontrado su patrón en sí mismo y no se mide ya con ninguna otra cosa que esté fuera de él; reposa sobre sí mismo” (155). De este modo, Menard cuenta con la posibilidad de escribir “los capítulos noveno y trigésimo octavo de la primera parte del don Quijote y un fragmento del capítulo veintidós” (Borges 446), luego de haberlos representado mediante sus propias significaciones. Ello deja la puerta abierta a que futuros espectadores repitan el proceso de interpretación sobre la obra, sin que se establezcan contenidos consagrados que puedan anquilosarla en una idea fija.   
            Sin embrago, “no se trata, pues, de una mera variedad subjetiva de acepciones, sino de posibilidades de ser que son propias de la obra; esta se interpreta a sí misma en la variedad de sus aspectos” (Gadamer 163). De este modo se explica la factibilidad de volver a escribir el Quijote a partir de su relectura y generar una nueva variación de su modelo original. Este ejercicio es constitutivo de un proceso de interpretación, ya que se recrea a partir de “la figura de la obra ya creada, que cada cual debe representar del modo como él encuentra en ella algún sentido” (165). De manera tal que en “Pierre Menard” se lleva a cabo un proceso de interpretación que dice relación con los nuevos significados que Menard se apropia desde su posición de representador: “Menard (acaso sin quererlo) ha enriquecido mediante una técnica nueva el arte detenido y rudimentario de la lectura: la técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas” (Borges 450). Por consiguiente, Menard aporta nuevos sentidos a su versión del Quijote y que podrán ser advertidos por un próximo lector que emprenda su propio proceso de interpretación, tal como lo constata Borges en su papel de reivindicador de la labor literaria de su difunto amigo ficticio: “¿confesaré que suelo imaginar que la terminó y que leo el Quijote –todo el Quijote- como si lo hubiera pensado Menard?” (447). Entonces, resulta imposible leer el Quijote cervantino desde sus circunstancias originales cuando ya se ha leído una variación interpretativa de la obra o, incluso, con el solo hecho de ser un lector del siglo XXI, puesto que la valoración de los sentidos han sido reactualizados en todas sus dimensiones, tanto históricas como experienciales y estéticas.
    
1.2.- El jugador de la obra de arte, su fundamental refundador:
Así pues, los lectores se enfrentan a una obra teniendo como referencia el modo de “los que ya hicieron lo mismo en otras ocasiones” ( Gadamer 164). Es así como una obra literaria para poder mantenerse vigente exige de la representación de un lector con el fin de hallar su ser de arte, pues de modo contrario su función de presentar una totalidad de sentidos caduca y se anquilosa en ideas fijas y consagradas. Borges advierte esto en las siguientes líneas de “Pierre Menard”: “Una doctrina filosófica es al principio una descripción verosímil del universo; giran los años y es un mero capítulo –cuando no un párrafo o un nombre- de la historia de la filosofía. En la literatura, esa caducidad final es aún más notoria” (450). Es “más notoria” porque “el sentido emerge, fundamentalmente, en el acto de leer” (Rodríguez 106) y de otorgar nuevos significados mediante la apropiación de los modelos originales. Ahora bien, cabe preguntarse porqué en “Pierre Menard” se opta por la escritura del Quijote y no por otra obra, y la respuesta ante esto es que su modelo sigue operante en tanto que se realiza una interpretación sobre los significados que contiene. De modo que en cuanto el espectador se confronta con el modelo de la obra se estimula la recreación de esta puesta en otros patrones de sentidos, con lo cual se permite expresamente la libertad de configuración  y “se mantiene abierta hacia el futuro la identidad y la continuidad de la obra de arte” (Gadamer 164). No obstante, “por el hecho de que unas cosas están sirviendo continuamente de modelo a las siguientes, y por las transformaciones productivas de estas, se forma una tradición con la que tiene que confrontarse cualquier intento nuevo” (164).  
El lector loco con su vecino retratados en el respaldo de un asiento
de una plaza en Toledo.
Ante esto, “quienes han insinuado que Menard dedicó su vida a escribir un Quijote contemporáneo, calumnian su clara memoria” (446),  porque, en realidad, la empresa de Menard consiste en escribir la interpretación de su lectura del Quijote y no en imitar las condiciones que llevaron a Cervantes a escribir su propia versión. Considerando esta distinción, ambas versiones poseen significados radicalmente distintos, pues “se lee siempre desde una tradición cultural, que muchas veces se construye” (Rodríguez 110). Por tanto, la variación de Menard sobre el Quijote da cuenta de que es una obra contemporánea a cualquier presente en tanto que se mantengan sus funciones cuando son reactualizadas por sus representadores. No obstante, su función originaria nunca se borra del todo y es lo que permite que sea reconstruida en distintas representaciones. En este sentido, la reconstrucción que Menard hace del Quijote es catalogada por Borges como “la [obra] subterránea, la interminablemente heroica, la impar. También ¡ay de las posibilidades del hombre! la inconclusa”  (446). Ello debido a que a través de su escritura Menard enriquece los capítulos del Quijote mediante la tergiversación y las anacronías que expresan, a fin de cuentas, apropiaciones de los significados que ha proporcionado el precursor cervantino. Asimismo, su obra “subterránea”, “impar” e “inconclusa” se rige por su idea de que “todo hombre debe ser capaz de todas las ideas” (450) y que en un futuro esto será posible, de modo que Cervantes como precursor del Quijote da la posibilidad de que Menard se convierta en precursor de su propia interpretación del Quijote, la cual constituye una versión no definitiva y distinta a la inicial.

1.3.- Menard y Don Quijote: dos ludópatas irremediables:
En este sentido, Rodríguez detecta una semejanza entre la lectura obsesiva del Quijote y la de Menard: “Ambos son lectores locos que conciben proyectos anacrónicos: restaurar la figura del caballero andante, por una parte, y escribir, por otra, un libro preexistente” (108). Según esto, ambas figuras constituyen modelos de lectores que propugna Borges, en cuanto que renuevan los patrones convencionales de autor/lector/traductor y permiten hacer de la obra de arte una interpretación que nunca se completa y que se manifiesta como juego en los representadores de sentidos. En “Pierre Menard” Borges aclara explícitamente esta pretensión en las líneas finales del relato: “atribuir a Louis Ferdinand Céline o a James Joyce la Imitación de Cristo ¿no es una suficiente renovación de esos tenues avisos espirituales?” (450). Sin embargo, dichas atribuciones no son asociaciones arbitrarias, sino que responden a una contingencia de las condiciones de acceso a la obra de arte, pues “esta pertenece realmente al mundo en el que se representa” (Gadamer 161). En el caso de que la valoración de una obra se aislase de dicha contingencia, “el resultado es una abstracción que reduce el auténtico ser de la obra” (161). En cuanto a esto, Borges señala que “como todo hombre de buen gusto, Menard abominaba de esos carnavales inútiles, solo aptos –decía- para ocasionar el plebeyo placer del anacronismo o (lo que es peor) para embelesarnos con la idea primaria de que todas las épocas son iguales o de que son distintas” (446). Ello debido a que la pretensión de abstraer la obra de sus condiciones de construcción -tanto desde los sentidos que recibe del artista precursor como de los que determina el espectador-, somete al representador a “supersticiones” que impiden efectuar una interpretación plena y abierta hacia un porvenir.

            En relación a esto, en el ensayo “La supersticiosa ética del lector” Borges define explícitamente su aversión por aquellos lectores y escritores que valoran las “tecniquerías” estilísticas en una obra, mientras que enfatiza su predilección por los que practican la reinterpretación constante de los significados contenidos en el texto literario. Los lectores supersticiosos son aquellos que “entienden por estilo no la eficacia o la ineficacia de una página, sino las habilidades aparentes del escritor: sus comparaciones, su acústica, los episodios de su puntuación y de su sintaxis” (202). Como se puede vislumbrar, Menard no se deja llevar por este modelo y, más bien, responde a su antítesis: un lector que ni siquiera se interesa por remitirse al recuerdo genuino de su primera lectura del Quijote y que, finalmente, acaba por tener una “imprecisa imagen” de la obra; es un lector que más bien se interesa por explotar las múltiples posibilidades de sentido que conforman el Quijote. Asimismo, el riesgo de asumir supersticiones en el juego de la representación consiste en atribuir trabajo estilístico en obras que hallan su riqueza en otros aspectos, y esta conducta se exacerba si se trata de una obra clásica, como bien lo es el Quijote: “tan recibida es esta superstición que nadie se atreverá a admitir ausencia de estilo en obras que lo tocan, máxime si son clásicas. No hay libro bueno sin su atribución estilística, de la que nadie puede prescindir –excepto su escritor” (202). Sin embargo, “basta revisar unos párrafos del Quijote para sentir que Cervantes no era estilista […] y que le interesaban demasiado los destinos del Quijote y de Sancho para dejarse distraer por su propia voz” (203). De esta forma, entonces, Borges establece el reverso del lector que desarrolla en “Pierre Menard”.

2.- La ironía como recurso estético en la construcción de sentidos en "Pierre Menard": 
De manera tal que “La supersticiosa ética del lector” publicado en 1930 en Discusiones sirve como antecedente para interpretar la lectura de “Pierre Menard”, texto publicado en 1941, ya que Borges declara una postura que se presentará en varios proyectos literarios de su trayectoria. Ambos textos tienen como referencia el Quijote y convergen en los planteamientos sobre el tratamiento estilístico de la obra. Por un lado, en “La supersticiosa ética" Borges señala que “la asperidad de una frase le es tan indiferente a la genuina literatura como su suavidad” (204), de modo que a Cervantes le interesa más las voces de Sancho Panza y don Quijote que mantener el cuidado fonético y sintáctico de sus intervenciones. Por otro lado, en “Pierre Menard” se señala que “el Quijote […] es una ocasión de brindis patrióticos, de soberbia gramatical, de obscenas ediciones de lujo” (450). De modo que ambos textos comparten el rechazo hacia la fijación estética como principal indicador de la calidad de una obra de arte. Ante esto, resulta irónico que Borges rechace el afán estilístico en las obras literarias cuando las suyas muestran justamente un marcado sello personal que lo ubica en uno de los estilos más cuidados de las letras americanas. Sin embargo, en su texto De los papeles de alguien que todavía vive. Sobre el concepto de ironía  Sören Kierkegaard señala que es posible que el hombre irónico sea un esteta (210), de lo que se sigue que la ironía constituye un recurso estético que demuestra la infinitud de las posibilidades que se presentan ante un espíritu irónico. De este modo, las producciones borgeanas dan cuenta de construcciones artísticas que propugnan ideas siempre abiertas hacia interpretaciones que incluso pueden ser contradichas.
Menard procede precisamente de esa forma y se constata en “su hábito resignado o irónico de propagar ideas que eran el estricto reverso de las preferidas por él” (449). Esta característica le brinda la libertad suficiente para construir desde su posición las múltiples posibilidades de sentidos que presenta el Quijote cervantino. 

3.- La interpretación de la obra supera las condiciones de su contexto histórico:
Una obra pueda ser reactualizada en cualquier contexto de interpretación, ya que se superan las reglas contextualizadas que rigen el juego de valoración y apropiación de sentidos. El Quijote puede ser interpretado repetidas veces, pero cada una será distinta a la otra y, por tanto, “originaria como la obra misma” (Gadamer 168). De modo que la obra también alcanza su autonomía desde un punto de vista histórico, puesto que el acceso a ella es siempre distinto y tal como indica Gadamer:“un ente que es en cuanto es siempre distinto es un ente temporal en un sentido radical: tiene su ser en su devenir” (169). Así, cada una de las interpretaciones que construyen al Quijote no puede ser localizada en una temporalidad histórica, puesto que estas lecturas emergen en el representador como epifanías que hacen experimentar la falta de continuidad en la unidad total de sentidos que conforman la obra. A partir de esto, desde una terminología nietzscheana, es posible catalogar las diversas lecturas del Quijote como construcciones suprahistóricas, en el entendido de que constituyen “potencias que desvían del devenir la mirada, dirigiéndola hacia lo que da a la existencia un carácter de eternidad y de identidad” (91). De modo que los buenos interpretadores son aquellos que se posicionan desde una perspectiva no-histórica, con el fin de poner en relieve las intenciones personales que orientan toda búsqueda de conocimiento y rechazar las interpretaciones previamente fijadas, pues apegarse a estas conllevaría excluir una reconstrucción particular de los sentidos.
En el “Segundo fragmento: de la utilidad y de los inconvenientes de los estudios históricos, para la vida”, publicado en Consideraciones intempestivas, Friederich Nietzsche realiza una explicación sobre la emergencia del sentimiento no histórico que es constitutivo de la acción precursora en la creación artística, a la vez que le imprime un grado de autonomía con respecto a los eventuales representadores de su contenido que emerjan en diferentes contextos. En tal sentido, Nietzsche enfatiza que “es desde un sentimiento no histórico que nace la acción verdadera: ningún artista realizaría su obra sin haberla deseado y haber aspirado a ella en una semejante condición no-histórica” (126). Este sentimiento no histórico significa la superación de los límites temporales concebidos tradicionalmente en el instante que “los recuerdos históricos se hacen demasiado abrumadores” (128). Por lo que cuando Menard decide emprender su empresa decide, a su vez, interpretar el Quijote en base a determinadas intenciones, las cuales están orientadas a resignificarlo. Una lectura superficial conduciría a concluir que Menard intentó imitar las “sofisterías” que siguió Cervantes para escribir el Quijote, y así lo constata la opinión de Madame Bachelier, quien “ha visto en ellas una admirable y típica subordinación del autor a la psicología del héroe; otros (nada perspicazmente) una transcripción del Quijote” (Borges 449). Sin embargo, esta opinión es limitada en tanto que no incurre en la trampa que tiende Menard: cualquier imitación del pasado es su degeneración y nunca su transcripción genuina, de modo que tal como sostiene Nietzsche “su descripción no será más que un nuevo género de poesía libremente imaginada”(140). Esto vuelve a reafirmar que la representación del Quijote de Menard es diametralmente distinta a la de Cervantes, ya que ha sido escrita con intenciones interpretativas que enriquecen el modelo original, dejándolo abierto hacia futuras reactualizaciones.  
Don Quijote armado caballero (Valero Iriarte)
Por tanto, un lector ingenuo como Madame Bachelier comulgaría con una perspectiva histórica perteneciente a la de la historia monumental, a partir de la cual se toma consejo del pasado para poder interpretar un presente. De modo que “se impide la firme decisión en favor de lo que es nuevo; paraliza al hombre de acción” (132), ya que la libertad de acción queda limitada a lo que otras personalidades ya hicieron con éxito en un pasado lejano. No obstante, un lector más perspicaz como la baronesa de Bacourt advertiría en “Pierre Menard” la influencia de Nietzsche, opinión que Borges juzga como “irrefutable” (449). En el relato no se explicita cuál es esta influencia, por lo que me aventuro a sostener que esta se traduce en la forma que Menard concibe la historia, la cual guarda estrecha relación con la que postula Nietzsche en “De la utilidad y de los inconvenientes de los estudios históricos”. Ambos concuerdan, pues, que la historia se valora a la luz de interpretaciones que reactualizan los significados de sus acontecimientos, por lo que las representaciones de estos nunca serán iguales, “pues nunca puede salir del porvenir ni del azar nada absolutamente idéntico” (135). Por consiguiente, el historiador monumental es engañado por las analogías, pues se empeña en hacer coincidir forzosamente lo que ha ocurrido en un pasado histórico con lo que deviene en su propia contingencia. A partir de esto, es posible catalogar a Menard como un representador que realiza una historia crítica del Quijote, pues “rompe un pasado instruyendo severamente un juicio contra él” (138). Este pasado lo rompe al destruir la lógica convencional de autor/lector/traductor y al superar la superstición canónica del plagio, todo mediante la fórmula de la ironía. 

4.- Palabras finales de esta otra jugadora (o sea yo xD):
En conclusión, es posible afirmar que en “Pierre Menard” se constata que el acto de falsear y tergiversar se iguala al acto de la escritura y la lectura. Estas prácticas manifiestan la resignificación y reconstrucción de los sentidos que Menard hace del Quijote desde su modelo inicial. De este modo se reactualizan las reglas del juego para representar la obra, las cuales constituyen, a fin de cuentas, la esencia del juego, tal como lo señala Gadamer: “el verdadero objetivo del juego no consiste en darles cumplimiento sino en la ordenación y configuración del movimiento del juego” (151). En este sentido, la autonomía del Quijote como obra de arte se constata en dos dimensiones: la primera es desde su interpretación como metáfora del juego, puesto que como he sostenido, la obra de arte se reactualiza cuando un espectador resignifica sus sentidos y, por ello, el juego es medial. De este modo, en cuanto que la obra siga cumpliendo sus funciones artísticas está dispuesta a ser interpretada a partir de sus instrucciones particulares en cualquier contingencia de representación, pues conforma un juego que se manifiesta en los representadores en el instante que es jugado por ellos. La segunda dimensión dice relación con la interpretación del punto de vista suprahistórico, el cual es definido por Nietzsche como una “revisión del pasado histórico en el que los espíritus más elevados han impuesto sus concepciones de forma fortuita y violenta” (125). Un espíritu con esta cualidad es, pues, Menard, quien se ha apropiado de los sentidos del Quijote al punto de asignarles nuevos significados y de propagarlos hacia futuros lectores/autores/traductores. Asimismo, libera las lecturas del Quijote de las circunstancias contextuales en las que fue construido, sustrayendo sus interpretaciones del punto de vista de la historia monumental.
Don Quijote en la venta
Por ello, es posible construir múltiples representaciones del Quijote en distintas circunstancias históricas, lo cual inserta a esta obra literaria en un espacio lúdico que se presenta intemporal en la medida que su modelo aguanta múltiples construcciones de sus sentidos iniciales. Sin embargo, como ya se ha señalado, estas versiones interpretativas no son arbitrarias, sino que arrancan desde una tradición que ha adoptado una forma particular de representar. No obstante, Menard trasgrede esta tradición al plagiar irónicamente los capítulos del Quijote, pero otorgándoles otras intenciones interpretativas, como la disrupción de las figuras canonizadas de autor/lector y, sobre todo, proponer que si la obra literaria no tiene autor sus sentidos se colectivizan y pasan “a ser una medida de pertenencia a una lengua, un dialecto o grupo” (Rodríguez 111). Así, se muestra que las obras literarias de gran significancia como lo es Don Quijote de la Mancha son objetos de arte que no tienen significados definitivos, pues como advierte Rodríguez “el Quijote ‘final’ debe ser, por una parte, el resultado, la sumatoria, de sus innumerables y diversas lecturas” (112). Por lo tanto, en “Pierre Menard” se realza la importancia del lector por sobre el autor, ya que es quien rescata al Quijote de una crítica canónica que lo reduce a verdades fijas, con el fin de resaltar sus totalidades de sentidos actualizadas y reconstruidas por sus lectores. 

5.- Obras citadas:
Borges, Jorge Luis. “La supersticiosa ética del lector”. Obras completas, 1923-1957. Ed. Carlos V. Farías. Buenos Aires: Emecé Editores, 1974. 202-5
---. “Pierre Menard, autor del Quijote”. Obras completas, 1923-1957. Ed. Carlos V. Farías. Buenos Aires: Emecé Editores, 1974. 444-50.
Kierkegaard, Sorën. De los papeles de alguien que todavía vive. Sobre el concepto de ironía. Trad. Jarck’s Fond. Madrid: Trotta, 2000.    
 Gadamer, Hans-Georg. “II. La ontología de la obra de arte y su significado hermenéutico”. Verdad y método, 1960. Salamanca: Sígueme, 1993. 143-81.
Nietzsche, Friederich. “Segundo fragmento: De la utilidad y de los inconvenientes de los estudios históricos, para la vida”. Consideraciones intempestivas 1874. Trads. Eduardo Ovejero y Mauryy. Buenos Aires: Aguilar, 1966. 53-101.
Rodríguez, Mario. “’Pierre Menard, autor del Quijote’. Biografía de un lector”. Revista Chilena de Literatura 67(2005):103-12. Web. 6 de enero 2014.
           <http://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0718-22952005000200007&script=sci_arttext>