sábado, 29 de noviembre de 2014

El feminismo esencialista en "La güera" de Cherríe Moraga



En “La Güera”  Cherríe Moraga hace alusión a los distintos modos en que se manifiesta la opresión no solo en el contexto chicano, sino que también en el latinoamericano y afroamericano. Esta opresión se patenta en cuanto existe un “otro diverso” determinado por criterios de raza, clase social, opción sexual y género. De lo que se desprende de la lectura del ensayo, la autora precisamente padece la opresión en cada una de sus manifestaciones en tanto es chicana, de procedencia de clase baja, lesbiana y mujer. Por lo tanto, denuncia esta opresión apelando a la comprensión sincera entre todos aquellos que han sufrido algún tipo de violencia motivada por la discriminación hacia lo diferente, con el fin de acabar con la reproducción de la opresión emanada desde una sociedad homogeneizada por criterios patriarcales.
Ahora bien, mi hipótesis consiste en que la autora realiza  su propuesta desde un feminismo esencialista que asume la experiencia y la practicidad como el único constructo válido para entender la representación femenina. Rechaza cualquier tipo de feminismo teórico, pues lo considera incapaz de resolver la opresión que subyace en cualquier tipo de relación humana en que se instaura la diferencia. Con esto, Cherríe Moraga se instala en un debate aún abierto, cuya disputa consiste en la tensión que se establece entre teoría y práctica en el instante que se plantea un problema complejo. Ante esto, refuto el proyecto esencialista de la autora de “La Güera”, en tanto que si se parte del supuesto que la realidad se construye discursivamente, no me queda más que defender la necesidad de desarrollar un feminismo teórico para combatir la opresión desde las representaciones discursivas que se tienen de los elementos que suscitan dicha opresión. Por lo tanto, expondré argumentos que respaldan la pertinencia de un feminismo teórico para cuestionar las distintas dinámicas de opresión que se generan en torno a la diferencia, a la vez que se advertirán los riesgos que implica una postura esencialista, en cuanto reduce a los sujetos a un mero compendio temático de cualidades estables y perfectamente caracterizables.
De este modo, me propongo los siguientes objetivos: demostrar que la postura planteada en “La Güera” puede ser matizada por un feminismo teórico, ya que sus fundamentos permiten detectar y problematizar las distintas relaciones de subordinación que se despliegan en la sociedad, a partir de un cuestionamiento sobre el propio lenguaje con el que designamos e interpretamos nuestra realidad. En segundo lugar, me propongo evidenciar que el feminismo esencialista no es suficiente para explicar y resolver la subordinación y cualquier tipo de opresión, tampoco es suficiente para ejecutar un proyecto democrático feminista, puesto que desconoce la heterogeneidad del sujeto en tanto que le atribuye conceptos que le definirían su naturaleza y determinarían sus funciones sociales, justamente por ese imperativo de la naturaleza. Como se puede inferir de ello, ese intento es infausto, puesto que se encierra y reduce en ideas fijas la complejidad de los individuos, tal como habitualmente ocurre con la arbitraria vinculación que se da entre la figura femenina con la identidad latinoamericana. 

1.- Caracterización del feminismo que se desarrolla en “La Güera”: experiencia y esencialismo:
A lo largo de este texto intentaré referirme analíticamente a cada uno de los puntos que se señalan en el siguiente fragmento, puesto que es ahí en donde se sintetizan los argumentos principales que se sostienen el ensayo de Moraga, con los cuales no estoy de acuerdo y que, por tanto, pretendo contrargumentar sirviéndome de lo que ya se ha dicho desde el feminismo teórico.
El peligro radica en alinear estas opresiones [de clase, etnia, condición física y sexual]. El peligro radica en no ser capaz de reconocer la especificidad de la opresión. El peligro radica en tratar de enfrentar esta opresión en términos meramente teóricos. Sin una envoltura emocional sentida en el corazón que surja de nuestra opresión, sin que se nombre al enemigo que llevamos dentro de nosotras mismas y fuera de nosotras, ningún contacto auténtico  no jerárquico entre grupos oprimidos puede llevarse a cabo (21)
Comenzaré estableciendo el tipo de feminismo desde el cual Moraga habla y que como ya se ha anticipado, corresponde a uno basado en la experiencia, que revalora lo práctico, lo sensorial y lo corpóreo. Asimismo, tiene como urgencia determinar lo específico de la opresión femenina. Ya esta voluntad por encontrar una especificidad sobre algo da pistas de un feminismo esencialista, en el que se pretende hallar una “autenticidad de lo femenino” (Richard 735) mediante una experiencia no mediada por categorías discursivas y simbólicas. De este modo, en el feminismo esencialista la experiencia es revalorizada en tanto que funciona como “la base material-corporal que sustenta un conocimiento vivenciado desde la naturaleza (cuerpo) o desde la biografía (vida): un conocimiento no mediatizado por la ideología de la razón, un conocimiento in-mediato” (Richard 735). De ello se desprende que hay una oposición radical ante el feminismo teórico, en cuanto que la producción teórica es inmediatamente asociada a la experiencia masculina occidental, y por tanto, contribuye a reproducir “la censura mantenida durante siglos por el dominio conceptual del Logos (masculino) sobre la cultura del cuerpo y del deseo que asocia naturalmente lo femenino a lo subjetivo y a lo afectivo, al yo personal” (Richard 733). Es así como desde un feminismo de la experiencia se acusa al feminismo teórico de mantener una relación cómplice con “la alianza falocrática entre el poder de la raz6n y la razón como poder” (Richard 733), de manera que se propone luchar contra cualquier intelectualización por catalogarla como una actividad reproductora de un ordenamiento patriarcal. Esto se ilustra varias veces en el ensayo de Moraga, toda vez que justifica el valor de la experiencia en sí misma, incurriendo en tautologías cuando valida una experiencia vivida solo por quien puede vivirla de un modo determinado. Así, en el episodio que la autora comenta a un homosexual que él es incapaz de entender qué es ser mujer por el solo hecho de no serlo, se está esencializando una experiencia: “tú no eres una mujer; sé mujer por un día para que entiendas la base de mi desconfianza” (Moraga 22).
Así pues, el feminismo esencialista le recrimina al teórico incurrir en una  hipertextualización del cuerpo y la sexualidad, puesto que le inculpa defender la construcción de lo real como un “puro artefacto discursivo”, lo cual implicaría concebir, por un lado, a la mujer solo dentro de los límites de la lingüística; y por otro, a la diferencia sexual como algo totalmente independiente de la corporalidad biológica. A partir de esto, es entendible que las feministas esencialistas se  cuestionen qué denunciaría el feminismo, entonces, bajo estas condiciones tan relativizadas “si no hay una exterioridad al discurso donde comprobar y denunciar la violencia material del poder masculino” (Richard 735). Pero puestos en estos términos, es fácil prejuzgar cualquier cosa si se parte haciéndolo desde un esencialismo que reduce al absurdo cualquier categoría que intenta explicar una realidad. Es por ello que el feminismo teórico no tarda en ser caracterizado como una corriente que trabaja el lenguaje y el discurso casi de un modo fetichista, pues hipertextualizaría, deconstruiría y relativizaría la experiencia sin siquiera proponer modos de vida alternativos y combatientes contra la hegemonía de lo masculino. En fin, el feminismo teórico es puesto como un peligroso divertimento, pues como escribe Moraga: “solo nos aislará en nuestra propia opresión, nos apartará más que radicalizarnos” (22).

2.- Contrargumentos para un feminismo esencialista:
2.1.- El rechazo del silencio como arma de combate:
            No sería extraño, entonces, que en un feminismo anti teórico se defienda el silencio como otro mecanismo válido para evitar reproducir un sistema de valores construido en una sociedad falocéntrica. Ello debido a que el silencio es revalorado como el instante en que se revela un conocimiento pre-discursivo otorgado por la experiencia, de modo que se entrevé la creencia de que efectivamente se puede alcanzar una experiencia genuina que permite mostrar una verdad sin mediatizaciones. Esta creencia que tiene consecuencias sumamente antidemocráticas, es también insostenible en sí misma, puesto que es imposible comunicar cualquier realidad si se pretende superar un sistema de signos que hace inteligible la experiencia humana y, justamente por ello, propicia dentro de sus límites la posibilidad de una eventual comprensión, la misma que, paradójicamente, Moraga aspira en "La güera". De este modo, cuando la autora señala que su lesbianismo “es la avenida que me ha permitido comprender mejor el silencio y la opresión, y sigue siendo el más claro recordatorio de que no somos seres humanos libres” (21), está diciendo que la experiencia de encarnar un otro oprimido es suficiente antecedente que le garantiza tener una mayor capacidad de comprensión, sin tener la necesidad de explicar nada y de solo callar. Asimismo, esta suerte de revelación está dada una vez que al reconocer su lesbianismo, la autora revive “una profunda liga con mi madre. No fue sino hasta que reconocí y confronté mi propio lesbianismo a flor de piel, que sentí una estrecha identificación con mi madre, con su opresión por ser pobre, sin educación y chicana” (21). Estas declaraciones se relacionan estrechamente con la idea de que a partir del vínculo simbólico con la madre se retorna a un origen desprovisto de cualquier representación masculina que le es ajena a la mujer. Por lo tanto, a partir de esa rememoración del origen sería posible capturar una feminidad originaria y eventualmente la especificidad del ser mujer, la cual, como se insinúa a partir del feminismo esencialista, sería la maternidad. De este modo se pone en práctica el intento por reivindicar “la pre-simbolicidad del cuerpo como zona anterior al corte lingüístico y a la legislación paterna del signo” (Richard 740), lo cual ha conllevado a que muchas feministas re-esencialicenel yo de la mujer bajo el sello mítico de una fusión originaria con la madre” (Richard 740).
            Sin embargo, ante este imponente ejercicio de re-esencialización ejecutado bajo una suerte de silencio comprensivo, Moraga esboza la necesidad de “un lenguaje nuevo, palabras mejores que puedan describir de manera más cercana los miedos de las mujeres y la resistencia de una hacia la otra; palabras que no siempre suenen a dogma” (22). Y esta necesidad de elaborar un nuevo lenguaje no es más que una proyección hacia un feminismo teórico, lo cual demuestra que no es posible rechazar, en ninguna postura que pretenda ser crítica, el cuestionamiento sobre el propio lenguaje que se utilizará para valorar la realidad que se pretende escudriñar.

2.2.- La necesidad de explicar la experiencia mediante herramientas teóricas:
Es así entonces como se advierte la necesidad de acoger una postura teórica para recién poder partir desde lo fundamental: comprender más allá de la experiencia los modos en que opera la opresión sobre el sujeto femenino, con el fin de ser capaces de identificar en otras experiencias los modos en que dicha opresión opera. Como ya he anticipado, la confianza plena en una experiencia que se explica por sí sola implica que se establezcan vinculaciones naturales entre ciertos conceptos (como Latinoamérica, lo corporal, el sentimiento, la naturaleza) con ciertas identidades (la femenina), lo cual no contribuye de ninguna manera en evidenciar el meollo de la problemática de la opresión: es más, la estaría consolidando mediante lo que Rodríguez denomina una “retórica de la inocencia” (90). Esta retórica también se da cuando se intenta definir la identidad latinoamericana a partir de la estética del realismo mágico, como bien lo sugerí en la publicación anterior, según el cual solo en Latinoamérica se dan hechos maravillosos, imprevistos y originales que favorecen a una escritura que no tiene necesidad de forzar situaciones surrealistas, puesto que se tienen los materiales allí afuera, en la propia realidad. Por lo tanto, situar a Latinoamérica desde lo virginal, indomable y mágico es un acto encubridor de la violencia que predomina en el continente. Porque en realidad no hay ningún misterio en la condición latinoamericana, sino más que opresión y violencia por parte de las fuerzas civilizatorias. Así, al establecer esos conceptos que definirían una esencia, inmediatamente se traza una distancia con la diferencia de aquello que se define, y se le identifica de un modo fijo con aquellos conceptos que se les atribuye. En el caso de Latinoamérica, y que también opera perfectamente en la opresión femenina, la retórica de la inocencia se asume como una ideología que “en nombre de la civilización, reconoce la necesidad de una violencia que debe inscribirse sobre aquellos que, si desean alcanzar el progreso, indefectiblemente han de someterse al poder global de occidente, al avance del sistema-mundo” (Rodríguez 90). Por lo tanto, desentrañar el modo en que se aplica esa retórica, incluso en los feminismos que se muestran más fervorosos en combatir el patriarcado, es una tarea teórica, puesto que se cuestiona el mismo discurso con el que se interpreta una realidad compartida.
La reticencia de las feministas de la experiencia por entregarse a este trabajo teórico se resume en lo que señala Mouffe:
Muchas feministas creen que, si no contemplamos a las mujeres como una identidad coherente, no podremos sentar las bases de un movimiento político feminista en el cual las mujeres podrían unirse como mujeres para formular y perseguir objetivos específicamente feministas (370)

Ante esta aversión de las feministas por desligarse de un esencialismo, comparto la visión que Mouffe argumenta en contra esa postura, según la cual valora como condición necesaria la desconstrucción de las identidades esenciales para conseguir “una comprensión adecuada de la variedad de relaciones sociales donde se habrían de aplicar los principios de libertad e igualdad” (370). Asimismo, advierte que
Sólo cuando descartemos la visión del sujeto como un agente al mismo  tiempo racional y transparente para sí mismo, y descartemos también la supuesta unidad y homogeneidad del conjunto de sus posiciones, tendremos posibilidades de teorizar la multiplicidad de las relaciones de subordinación (370)

Y justamente ese es el objetivo central de un feminismo que se proponga velar por que la mujer se realice plenamente en su ámbito público y privado, sin ningún tipo de obstáculos que la limiten en la realización de su proyecto de vida por su condición biológica, económica, étnica y de opción sexual.
            De este modo, creo que el feminismo que propugna Moraga efectivamente necesita de una vertiente teórica que contribuya a la realización consistente de su crítica. De hecho, la misma autora lo advierte, quizá contradiciéndose con lo que plantea en la tesis de su ensayo, cuando afirma que “Todo el tiempo sentí la diferencia, pero no fue sino hasta el momento en que puse las palabras ‘raza’ y ‘clase’ junto a mi experiencia, que pude entender mis sentimientos” (23). De este modo, necesita servirse de conceptos teóricos como ‘raza’ y ‘clase’ para poder explicar la propia experiencia que padece. En la siguiente cita nuevamente la autora delata, no intencionalmente tal vez, la necesidad de cuestionar la forma que circulan los discursos en torno a la identidad femenina. Así advierte, tal como se ha denunciado desde un feminismo no esencialista, que  
El grueso de la literatura de este país refuerza el mito de que lo oscuro y lo femenino es maligno. Consecuentemente, cada una de nosotras –sea oscura, mujer o ambas-  ha internalizado en alguna medida esta imaginería opresiva. Lo que el opresor consigue, muchas veces, es simplemente exteriorizar sus miedos, proyectándolos en los cuerpos de las mujeres. Asiáticos, homosexuales, inválidos, cualquier que parezca más “el otro”. (25)
            Como se puede constatar, la autora también identifica la puesta en marcha de una retórica de la inocencia que anteriormente anuncié. Sin embargo, luego de constatar este asunto fundamental vuelve a insistir en  un esencialismo que dificulta cualquier intento por combatir el nivel más profundo de la opresión, el cual consiste en un nivel discursivo pues es a partir de él que se configuran las formas de desenvolverse en sociedad.
            Ahora bien, consultando el significado etimológico de la palabra “teoría” obtengo otra pista de porqué se insiste tanto en rehuirla, así como también porqué es necesario adoptarla. Pues bien, según Gadamer la palabra ‘theoría’ deriva de ‘theoros’ que significa
el que participa en una embajada festiva. Los que participan en esta clase de embajadas no tienen otra cualificación y función que la de estar presentes. El ‘theoros’ es, pues, el espectador en el sentido más auténtico de la palabra, que participa en el acto festivo por su presencia y obtiene así su caracterización jurídico-sacral, por ejemplo, su inmunidad (169)

En una primera lectura, se puede deducir que en un sentido moderno la teoría es rehuida porque implica no involucrarse con ninguna causa más que analizarla desde su abstracción conceptual, de lo cual –apresuradamente se piensa- no resulta ninguna solución concreta. Claramente esta es una lectura un tanto estereotipada, pero lo importante es rescatar la reivindicación de la teoría como una verdadera participación, pues implica un padecer, “un sentirse arrastrado y poseído por la contemplación” (Gadamer 170).  Esto es un requisito fundamental para comenzar cualquier tipo de crítica desde el feminismo. Si Cherríe Moraga hubiese considerado esta acepción de “teoría” no la rechazaría para postular sus ideas, puesto que justamente describe su experiencia de ser mujer desde una postura que padece, tal como se aprecia en la siguiente cita: “La alegría de verse como una chica blanca no es tan grande, desde que me di cuenta de que puedo ser golpeada en la calle por lesbiana. Si mi hermana es golpeada por negra, se puede aplicar el mismo principio” (Moraga 21).
Por lo tanto, es totalmente perentorio para la conciencia feminista que tome en cuenta el lenguaje y el discurso para rebatir tanto la dirección tautológica que se le ha dado a la idea de experiencia, sobre todo en los fragmentos señalados del ensayo de Moraga, como también “la metafísica de una identidad originaria -fija y permanente- que ata deterministamente el signo ‘mujer’ a la trampa naturalista de las esencias y de las sustancias” (Richard 734). Esta necesidad se explica en tanto que para realizar una crítica feminista se debe examinar el lenguaje
en sus supuestos ontológicos y criticar esos supuestos en sus consecuencias políticas, ya que son ellos los que deliberadamente confunden hecho (naturaleza) y valor (significación) para frustrar todo impulso transformativo haciéndonos creer que "La biología es el destino" ( Richard 734)

            De este modo nuevamente me hago eco de lo que sostiene Richard con respecto a la necesidad de llevar a cabo un feminismo fundamentado en la teoría:
La teoría es lo que forma consciencia acerca del carácter discursivo de la realidad en cuanto realidad siempre intervenida por una construcci6n de pensamiento que la designa y por una organización de significados que la nombra. Pero la teoría es también lo que le permite al sujeto transformar esa realidad dada como natural al abrir los signos que la formulan a nuevas combinaciones interpretativas capaces de deshacer y rehacer sus trayectos conceptuales, de desordenar los marcos prefijados de comprensión y de reinventar nuevas reglas de inteligibilidad de lo natural y de lo social. Para el feminismo, renunciar a la teoría seria privarse de las herramientas que nos permiten comprender y modificar a la vez el sistema de imágenes, representaciones y símbolos, que componen la lógica discursiva del pensamiento de La identidad dominante. Seria contribuir pasivamente a que sus mecanismos significantes permanezcan incuestionados. (734)

2.3.- La necesidad de cuestionar el esencialismo feminista:
            Ya Chantal Mouffe advierte en su texto “Feminismo, ciudadanía y política democrática radical” que el esencialismo ha sido criticado desde corrientes de pensamientos diferentes entre sí, como por ejemplo desde el trabajo de autores como Derrida, Wittgenstein, Heidegger, Dewey, Gadamer, Lacan, Foucault, Freud y otros. Las ideas que estos autores han aportado al debate han contribuido a elaborar una política feminista inspirada en “un proyecto democrático radical” (Mouffe 370). Ello en respuesta al esencialismo que irremediablemente “conduce a una visión de la identidad que no concuerda con una concepción de democracia plural y radical y que no nos permite construir la nueva visión de la ciudadanía que hace falta para aplicar tal política” (Mouffe 370). Ahora bien, ¿por qué sostengo que en “La Güera” subyace un esencialismo? Pues bien, porque la autora en reiteradas ocasiones se refiere a una identidad que está dada indefectiblemente por condiciones de raza, clase y sexo. Es así como constantemente autoriza su voz como la más apropiada para hablar sobre la opresión porque ya está determinada para sufrirla. Como por ejemplo, en un momento confiesa que “lo que primero me motivó a trabajar en una antología de mujeres radicales de color fue el profundo sentimiento de que tenía yo una valiosa e íntima aportación que hacer en virtud de mi nacimiento y mis antecedentes” (Moraga 23). Como se aprecia, justifica sus circunstancias de nacimiento y antecedentes como bases suficientes para poder reunir la voz de mujeres de color en una antología. Vale decir, que con el solo hecho de ser chicana, mujer y lesbiana Moraga está autorizada para incluso establecer un canon de “la diferencia”. Este mismo fenómeno ocurre en la crítica literaria latinoamericana, en donde se establecen las obras que serán parte del archivo latinoamericano y son seleccionados en base a si son capaces o no de dar cuenta de una identidad latinoamericana. De modo que tanto la esencialización llevada a cabo por Moraga como el ejercicio de la crítica literaria está articulada “a partir de una violencia, una violencia archivadora que designe, mediante definiciones, qué incluir y qué excluir” (84). Por lo tanto, ya se puede advertir el riesgo demasiado grande de adoptar un esencialismo por la falta de reflexión teórica, ya que se puede ser cómplice de lo mismo que se está intentando combatir.   
La bacanal de los andrios (Tiziano). Encuentre la mirada
femenina cómplice
            Es de este modo como a partir de la esencialización se establecen categorías fijas y perfectamente identificables como “lo femenino, lo latino, lo juvenil, lo homosexual, lo étnico, etc.” (Richard 743). Específicamente para el feminismo, esta conducta va en desmedro de lo que se plantea como movimiento, puesto que reduce en identidades fijas la experiencia femenina, limitándola a conceptos que no necesariamente le corresponde y homogeneizando la figura femenina en un estereotipo falaz.
            De este modo, el esencialismo “interfiere con la construcción de una alternativa democrática cuyo objetivo sea la articulación de distintas luchas ligadas a diferentes formas de opresión” (Mouffe 370). Por lo tanto, es fundamental que la crítica al esencialismo se conduzca por el abandono de la idea que concibe al sujeto como una entidad transparente y homogénea. Es imposible seguir reduciendo a categorías fijas y delimitables la heterogeneidad contingente que define la identidad de cada individuo. De modo que cualquier identificación fácil de la figura femenina con la naturaleza, lo desconocido, la otredad radical, lo sensorial y lo corpóreo constituirá un acto prejuicioso que incluso desde dentro del feminismo se ha desplegado, como se ha podido constatar en “La Güera”. Asimismo, la razón por volver a vaciar el feminismo de cualquier tipo de esencialismo estriba en que “el sujeto se constituye a partir de una dialéctica de inestabilidad/fijación de sentidos, la cual sólo es posible porque la estabilidad no está dada de antemano, porque ningún centro de subjetividad precede a las identificaciones del sujeto” (Mouffe 370). Esta idea hace superar definitivamente la creencia de que lo femenino es un contenido de identidad ya dado, y que a partir de esta superación se pueda “llamar la atención sobre la materialidad discursiva de los mensajes que la ideología cultural dominante busca transparentar para hacernos creer que sus significados han sido fijados de una vez para siempre” (Richard 743). A partir de este reconocimiento, Cherríe Moraga confiesa que“la mayor parte de mi vida, por el simple hecho de que me veo blanca, me identifiqué y aspiré a tener valores blancos, y que rolé la ola de aquel privilegio de California del Sur, tanto como mi conciencia me lo permitió” (27). Esta cita es ilustrativa sobre cómo operan las construcciones identitarias a partir de los criterios esencialistas que las constituyen.  
            Por último, es preciso destacar que si bien Cherríe Moraga hace de vez en cuando afirmaciones esencialistas, también es consciente de que el género es una construcción cultural que “la ideología patriarcal ha ido naturalizando” (Richard 735). No se hace cargo de desnaturalizar la definición de género, pero sí expresa su destemplanza por estar determinada en base a criterios de raza, sexo y clase: “Yo fui educada, pero, más que eso, yo era ‘la güera’ –la de la piel clara. Nacida con las facciones de mi madre chicana, pero con la piel de mi padre anglo, la vida sería fácil para mí” (Moraga 20). Por lo tanto, desmontar el esencialismo en el feminismo es perentorio en tanto que permite reelaborar “nuevas marcas de identificaci6n sexual según combinaciones más abiertas que las antes seriadas por la norma de socializaci6n dominante” (Richard 735).

3.- Palabras finales:
            En el fragmento de “La Güera” que al comienzo de este texto destaco como el que reúne la postura principal de Cherríe Moraga que refuto, está contenida la siguiente idea: que hay un  peligro en alinear las opresiones consistentes en clase, etnia, condición física y sexual. Sin embargo, una vez aclarado el hecho de que estos constructos no deben ser pensados de modo esencialista es posible realizar un proyecto común que consiste en articular las demandas de las mujeres, los negros, los trabajadores, los homosexuales, etc. con el fin de establecer vínculos históricos y contingentes que puedan existir  entre ellos y que los relacionen en cuanto al modo que la opresión opera sobre ellos. De esta manera, se conseguiría la ansiada articulación que la misma autora de “La Güera” persigue: “El verdadero poder, como tú y yo lo sabemos bien,  es colectivo. Yo no puedo soportar tenerte miedo ni tú a mí. Si para ello se requiere un choque de cabezas, hagámoslo. Esta refinada timidez nos está matando” (28). Por lo tanto, consiguiendo conformar una comunidad entre los distintos grupos subalternos se podría hacer resistencia, desde la permanente reflexión teórica, al ordenamiento falocéntrico de la sociedad occidental. De este modo, poco a poco se iría superando la relevancia de la diferencia sexual, convirtiéndose finalmente en un aspecto no pertinente para la configuración de las relaciones humanas. Esta propuesta es planteada por Chantal Mouffe cuando establece las bases para su conocida democracia radical. Justamente esta propuesta se hace posible cuando se toma en cuenta “la articulación de un conjunto de posiciones de sujeto, correspondientes a la multiplicidad de las relaciones sociales en que se inscribe” (Mouffe 371). Por lo tanto, este planteamiento podría funcionar como una solución tentativa a la múltiple opresión que Moraga dice padecer en su ensayo: debido a que es un individuo complejo, que se desenvuelve en distintos ámbitos sociales y en diversas búsquedas personales, encarna más de una identidad de las que comúnmente se le atribuye como mujer, y por tanto, sufre más opresiones de las que se les reserva particularmente a las mujeres.
            Por lo tanto, el feminismo se plantearía como una “lucha en contra de las múltiples formas en que la categoría “mujer” se construye como subordinación” (379). Como he insistido a lo largo del ensayo, dicha lucha se debe efectuar desde un cuestionamiento teórico, pues es así como se puede derribar el esencialismo que propende a situar en categorías estables y fijas a las heterogéneas identidades. De hecho, una de las improntas más dañinas que se ha heredado del esencialismo en el ámbito literario es el hecho de que se piense que hay una escritura propiamente femenina, en el que se abordan temas que solo le conciernen a las mujeres, asociándole problemáticas como lo corpóreo, lo sentimental, lo irracional y excluyéndolas de la reflexión abstracta, del discurso científico, lo cual ayuda a que se siga afianzando una imagen estereotipada de su individualidad.  
  
4.- Referencias bibliográficas:

Gadamer, Hans-George. “II. La ontología de la obra de arte y su significado hermenéutico”. Verdad y método. 1960. Salamanca: Sígueme, 1993. 143-181.
Moraga, Cherríe. “La Güera”. Trad. Ana Castillo y Norma Alarcón. Esta puente, mi espalda. Voces de mujeres tercermundistas en los Estados Unidos. Ed. Ana Castillo y Cherríe Moraga. San Francisco: Editorial Ismo, 1988. 19-28.
Mouffe, Chantal. “Feminismo, ciudadanía y política democrática radical”. Feminists    Theorize the Political. Ed. Judith Butler and Joan W. Scott. New York: Routledge, Chapman and Hall, 1992. 369-380. Impreso
Richard, Nelly. “Feminismo, experiencia y representación”. Revista de Crítica Cultural 62(1996): 733-744. Impreso.
Rodríguez, Raúl. “Magia e imperio. Nomos y retórica en el realismo mágico”. Acta Literaria 45(2012):81-100.


miércoles, 26 de noviembre de 2014

Nos volvimos carne de ficción



La mitificación de Villa Alemana en Ruido

*Recomendación: leer el siguiente texto escuchando  https://www.youtube.com/watch?v=TXoahKrJ84M

1.- El riesgo de definir “lo particular” de un lugar:
Determinar qué es lo propiamente latinoamericano constituye una inquietud que aún no ha logrado ser resuelta. Ya en 1949, justamente con el propósito de definir lo específicamente latinoamericano, Alejo Carpentier escribe un manifiesto de lo real maravilloso en el prólogo de El reino de este mundo. En él Carpentier afirma que lo real maravilloso es “patrimonio de la América entera, donde todavía no se ha terminado de establecer, por ejemplo, un recuento de cosmogonías” (15). Ciertamente, la intención de atribuir a nuestro continente la cualidad particular de real maravilloso estriba en distinguirlo de las prácticas escriturales europeas: mientras allí se recurren a fórmulas para forzar el surrealismo, en Latinoamérica no es necesario, pues la realidad misma es descomunal y da paso a lo maravilloso “cuando surge una inesperada alteración de la realidad (el milagro)” (13) y para ello se defiende una fe que permite captar dicha alteración. Asimismo, Carpentier sostiene que “América está muy lejos de haber agotado su caudal de mitologías” (16) y las razones que esgrime se resumen en “la virginidad del paisaje […], la presencia fáustica del indio y del negro […], los fecundos mestizajes que propició” (16). En efecto, enarbola el clásico estereotipo fabricado por Europa, según el cual Latinoamérica es la tierra virgen, fértil y habitada por el buen indio. Incluso, Carpentier finaliza su manifiesto preguntando retóricamente para reafirmar su hipótesis: “¿Pero qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real-maravilloso?” (17). 
Sin embargo, han surgido múltiples contrargumentos que desechan la estética de lo real maravilloso como la definición de lo propiamente latinoamericano. Una de las tantas réplicas dice relación con que las novelas fundacionales de Latinoamérica que justamente se insertan en lo real maravilloso (Los pasos perdidos, Cien Años de Soledad, El reino de este mundo), ejercen un acto encubridor de la violencia en el instante que se fundan Macondo y Santa Mónica, sublimando esta violencia “ya sea en lo maravilloso o en lo mágico” (Rodríguez 82). Por lo tanto, inmediatamente se establece una complicidad con el conquistador europeo, quien se redime de sus actos violentos poniendo su empresa en nombre del triunfo de la civilización; es por ello que este acto encubridor se conoce como retórica de la inocencia. De este modo, es evidente que se ha narrado ‘lo nuestro’ “bajo los ojos occidentales, lo cual es una manera de decir que no ha narrado lo nuestro, sino que lo ha inventado” (Rodríguez 88). En esta misma dirección, Rodríguez afirma que estas novelas han desconocido el nomos que funda sus ciudades, vale decir, el carácter violento que conlleva todo asentamiento y ordenación de la toma de la tierra (Schmitt 48). Al desconocer el nomos, consecuentemente se encubre la violencia que inevitablemente implica la fundación de cualquier ciudad, y esto es lo que hacen aquellas novelas que pretende definir lo latinoamericano.
En vista, entonces, de cuán complejo es definir “lo latinoamericano” a partir de una visión autóctona y si incluso es acaso posible determinarlo, en este ensayo me cuestiono si se podría efectivamente capturar lo específico que se da en la Villa Alemana retratada por Bisama en Ruido, especificidad que de ninguna manera correspondería a lo real maravilloso. Al menos, bajo mi consideración, esta novela no utiliza una retórica de la inocencia, pues sí hace patente la violencia que subyace en el asentamiento de la ciudad y, al mismo tiempo, se hace cargo de esta violencia en la construcción de los mitos que se erigen para poder explicar su devenir. En ese sentido, el mito se origina luego de la toma y repartición de una tierra (nomos), de modo que en el caso de Ruido el mito se construye recién con la figura del vidente. Es así como a partir de su propio mito, Villa Alemana puede conservar su memoria. Es más, “la búsqueda latinoamericana de identidad cultural podría considerarse un mito cultural de fundación” (González Echeverría 223). Y precisamente, esto es lo que me propongo en el ensayo: ver si es posible distinguir lo específico de un pueblo como Villa Alemana a partir de sus mitos, lo cual no es más que una pregunta sobre su propia identidad.
2.- En búsqueda de un marco conceptual para hacer referencia a lo villalemanino:
Por lo tanto, para poder responder a esta inquietud se propone la siguiente hipótesis: en Ruido hay una reapropiación y reactualización literaria de la figura de un personaje histórico y de una ciudad chilena. El resultado de la reinterpretación de sus valores históricos y políticos da lugar a la constitución de un personaje y una ciudad mítica, la cual se instituye como espacio anacrónico que mantiene cierta relación con el acontecer de un país, pero que a la vez se abstrae de él manteniendo su propia (i)lógica interna. Precisamente el carácter anacrónico de esta ciudad provinciana y de su propio personaje mítico es el que le otorga la función de servir como metáfora representativa de otras ciudades provincianas del país, pues enarbola un ethos  muy particular de estos espacios que se ubican en la periferia de un poder político, pero que a la vez sirven de herramienta para su propagación. En este sentido, tal como el mismo narrador de la novela señala, Villa Alemana puede entenderse como una “caja de resonancia” de lo que ocurre en el resto del país en determinado momento histórico. Sin embargo, desde una reinterpretación mítica Villa Alemana cuenta con la particularidad de que su ethos sigue funcionando, independiente e impávida ante cualquier momento histórico y político. Por lo tanto, en el presente ensayo Ruido se analizará desde una lectura política que contempla la historia política reciente.
Ante el propósito de determinar qué es lo villalemanino que se representa en Ruido, nuevamente surgen los riesgos explicados anteriormente. De este modo, como contrargumento a este propósito se puede sacar a colación la aversión que Borges manifiesta por “cualquier tipo de discurso que intente contener un país o una cultura” (González Echeverría 229). Si bien a lo largo de su obra Borges hace patente esta crítica, sobre todo en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius en donde crea un país completamente imaginario, es en “El escritor argentino y la tradición” donde especifica su escepticismo y se muestra burlón “ante todos los esfuerzos por definir una conciencia latinoamericana independiente o una literatura latinoamericana única” (González Echeverría, 230). Aunque de otro modo, a esta opinión también se adhiere Carl Schmitt, autor que propone la idea de nomos para explicar el asentamiento de las ciudades. En el apartado de “El nomos en Homero” contenido en El nomos de la tierra, Schmitt explica que en el pasaje I, 3 de la Odisea se ha dado la interpretación de que Ulises “se habría interesado por el ‘espíritu’ específico de las diferentes ciudades o de ‘muchas personas’ y habría sido algo así como el primer psicólogo social” (Schmitt 60). Este “espíritu o la razón o la mentalidad y el carácter de muchas personas o incluso de las ciudades de muchas personas” (60) es lo que se conoce como “nous”. Sin embargo, a Schmitt le parece absurda la idea de vincular las ciudades con un “nous”, pues
“el ‘nous’ es común a todos los hombres y, como es natural, una ciudad-castillo protegida no tiene precisamente, como tal, un propio ‘nous’ especial, pero sí un propio ‘nomos’ específico. Sería extraño al pensamiento de la Antigüedad el diferenciar aquel ‘nous’, que es algo humano en general, según castillos y aún ciudades-castillos distintos, y conocerlos de este modo.” (60)  
            De esta manera, en vez de determinar una sensibilidad particular o un “nous”, en Ruido se traslada la atención en determinar su nomos específico, a partir del cual se construyen las figuras míticas que le dan identidad y memoria a Villa Alemana, a la vez que la instalan como metáfora representativa de otras ciudades pequeñas de Chile, tal como ocurre con  las míticas ciudades literarias: Macondo, Santa Bárbara, Ítaca o Tlön. Para desentrañar esta hipótesis, las siguientes partes del ensayo están destinadas, en primer lugar, a describir el nomos que se da en la novela y la relación que esto tiene con una lectura política e histórica; en segundo lugar, a analizar la figura mítica que se construye del vidente y la ciudad; en tercer lugar, a ver cómo esta representación mítica funciona como metáfora de otras provincias, a partir de ciertos elementos que la rememoran en su particularidad; y por último, evidenciar cómo su carácter mítico permite que la ciudad y el vidente sufran una suerte de anacronismo, en el sentido de que aunque se les inscribe en un tiempo histórico y político determinado, siguen manteniendo sus peculiaridades, lo cual es un hecho que vuelve a reafirmar la cualidad mítica que se le asigna a Villa Alemana y su vidente. 
3.- El nomos de Villa Alemana y su configuración mitológica:  
            En cuanto al primer punto, en Ruido no se evidencia una fundación concreta de la ciudad, puesto que “nadie iba a quedarse aquí” (23). Es por ello que “nunca tuvo una Plaza de Armas porque no fue necesaria” y su extensión “era una distancia que podíamos recorrer en bicicleta” (65). Su distribución espacial estaba organizada “por una costra de viviendas y casas quinta y locales comerciales y escuelas con cancha de tierra, que se edificó en torno a una estación de trenes” (23). Pareciera ser que la línea del tren es el lugar donde puede establecerse el nomos de la ciudad, pues a partir de ella se asientan sus fundadores, aunque no lo sean propiamente tal:
una familia de inmigrantes italianos se instaló y transformó la estación en el corazón improvisado de la localidad. La mitad de los nombres de las calles del centro homenajeaban a esa familia de italianos que progresivamente perdieron todo hasta terminar como unos apellidos pintados en las esquinas. El centro, por lo mismo, era el reflejo de la memoria de la península que dejaron y de la arquitectura monumental de su nostalgia, del pueblo de piedra que abandonaron y soñaron en otro continente: un bulevar mínimo, una galería en forma de caracol, unos cuantos locales y un cine cuyo frontis era presidido por una gárgola. Cuando llegó la década de los ochenta, de esos italianos solo quedaban un puñado de nietos casi anónimos y una economía que dependía de los trabajadores que todos los días tomaban el tren y las micros para irse al puerto, que quedaba a una hora de distancia. (23)

Es así como desde la línea del tren se irradia el asentamiento de la ciudad, lo cual es significativo en tanto que le imprime desde un comienzo el carácter de ciudad de tránsito, del ir y venir desde el puerto al pueblo, lo cual redunda en la imposibilidad de caracterizarla con una cualidad fija y de atribuirle el título de ciudad mutante. En este perpetuo tránsito resulta difícil que se consolide un proyecto de ciudad, ya que “cuando todos se iban, el lugar quedaba vacío y se convertía en una ciudad habitada solo por niños y ancianos, entregada a los rituales de la siesta, rodeada por un muro de cerros tristes y secos que dibujaban el único horizonte posible” (23). Entonces, ¿qué se podía decir de Villa Alemana, más que era un pueblo rodeado de colinas llenas de espinos y que de vez en cuando le sucedían eventos extraños? Desde luego, su origen nómico no es sublimado en elementos mágicos o extraordinarios, al contrario: se representa como un hecho nada espectacular, incluso como un hecho accidental e improvisado, de modo que el pueblo no porta ningún mito fundacional que pueda explicar su realidad. Es por esto que la ausencia inicial de mitos deja la puerta abierta para que estos se desborden ante cualquier suceso inaudito. Así ocurre con la aparición del primer personaje del pueblo: el astrónomo que predice el acercamiento de un planeta de fuego hacia la tierra y el fin del mundo. A partir de este personaje, que no alcanza la categoría de figura mítica, se dan a conocer otros que van conformando el paisaje de Villa Alemana: el mendigo hippie que había matado a sus padres, el indigente que antes de serlo estudiaba arquitectura y enloqueció por el consumo de drogas, y claro está, el vidente. Su figura adquiere consistencia tanto por su extravagancia como por el contexto histórico y político en que se inscribe. Es recién con la construcción mítica del vidente cuando se manifiesta toda la violencia que no se manifestó en la fundación del pueblo. Y bajo esta interpretación, se puede afirmar que recién con la irrupción del vidente existe una fundación simbólica de Villa Alemana, pues en ese momento es cuando su realidad puede ser representada y explicada.
4.- Construcción mítica del vidente y la ciudad:
De esto se deriva el segundo punto planteado, que consiste en analizar la figura mítica del vidente y de la ciudad. Como señala Josep Catalá “el mito no puede tener nunca una sola cara, aparece solo cuando el espacio desdoblado hace acto de presencia y nos obliga a instalarnos en la indeterminación” (58). Precisamente, el mito en torno al vidente y la ciudad se construye en un contexto político autoritario en el que se obliga a tener solo una representación de la realidad si no se quiere arriesgar la vida. El mito, por tanto, suscita la posibilidad de desbaratar esa realidad impuesta y afirmar que “la Virgen es una superchería, una farsa, un engaño que ha atraído a la gente, desesperada por alguna revelación que los sacara del horror o el tedio” (81). En este punto, cabe destacar que Bisama entiende el mito del vidente no desde una posición idólatra que efectivamente cree en los milagros, pues esto sería absurdo, sino que como un intento de explicar la realidad de la ciudad. Así, reconoce que lo que construye el mito es que “la Virgen María se le aparece al vidente, le habla al oído o le quema la vista y la cabeza con su luz. Soy el Inmaculado Corazón de la Encarnación del Hijo de Dios, le dice” (29). Pero también que Miguel Ángel “no era una imagen religiosa, no era un artículo de fe, no llamaba a ninguna devoción” (19). Lo mítico en el vidente radica, entonces, en el hecho de que un niño huérfano, tan a la deriva como su propio pueblo lo está, haya sido quien lo sacó del anonimato con una situación tan inaudita como una revelación mariana. De este modo, en la ciudad convergen eventos disímiles entre sí, pero que le van moldeando su propia identidad. Todos estos eventos tienen en común la suerte del vidente: que desde un punto particular y precario se propagan por el mundo, para luego volver a su punto de origen ya como figura mítica. Así ocurrió también con la banda nombrada como una planta psicodélica, La Floripondio, que luego de haberse conformado en las tocatas de “la micro” se va de gira a los escenarios europeos. De este modo, como bien escribiera Bisama en Zona Cero, “todo se transforma en museo. La historia la comienzan a escribir otros. Nos transformamos en una nota a pie de página: sombras apiladas en la construcción de memorias fragmentadas” (10).
5.- ¿Es posible considerar a la Villa Alemana de Ruido como sinécdoque de otras provincias?
El carácter mítico que adquiere la ciudad hace pensar que puede funcionar como una representación metafórica de otros pueblos del país. Esta aserción puede parecer riesgosa si se considera la advertencia de Borges en “El escritor argentino y la tradición”, según la cual es un despropósito definir temas locales para determinar una identidad nacional. Sin embargo, es justamente desde los elementos universales que se representan en Ruido que planteo la posibilidad de explicar abstractamente preocupaciones humanas que se dan en otros contextos. Asimismo, desde una perspectiva histórica se puede deducir que la mayoría de las ciudades menores de Chile comparten un nomos similar: se reparte y ordena su suelo en función de la explotación de la tierra, la cual es trabajada por sus propios habitantes. Así Jocelyn-Holt señala en El Chile Perplejo que incluso en los años 50 el 75% de la población pertenece a la clase baja, la cual reside mayoritariamente en pueblos rurales. Teniendo en cuenta este dato, se puede afirmar que Villa Alemana comparte un nomos común con otros pueblos y a partir de esto, pueden ser explicados bajo parámetros similares. Con esto no estoy queriendo defender que cada pueblo pequeño tenga su vidente, un cine o una banda de punk, sino que estos elementos se reactualizan de diferentes modos pero portando significados similares que permiten explicar la propia realidad. Así, en el caso de Ruido los elementos que podrían encontrarse en otras ciudades son la breve dimensión del espacio en que se ubica el asentamiento y que produce el efecto de constituirse como un micro mundo: “conquistamos el centro, que era una versión en miniatura del mundo” (86). Esta versión en miniatura del mundo tiene sus propias reglas de funcionamiento y que no son desconocidas por quienes habitan en él. Por tanto cada miembro de la comunidad comparte una visión de mundo similar y tal como se expresa en la obra “Aprendimos a reconocernos a la distancia: una fuerza de gravedad común nos atraía a lo lejos” (86). Como buen micro mundo han construido una “mitología ahí, con esos pedazos, con ese sonido” (87). Esos pedazos, ese sonido corresponden a la fragmentaria composición de la realidad, lo que aún no se puede nominar pero que se reconoce como el “ruido”.
Sin embargo, este ruido no se puede capturar cuando se intenta hacerlo de un modo explícito, pues siempre su irrupción tiene lugar en lo subterráneo, en lo no dicho. Así cuando se intenta hacer un film sobre la ciudad, las escenas que más agradan al narrador son aquellas imágenesde las horas muertas de la tarde en la provincia; las que, vistas desde el cine, parecían quitarle toda gracia al pueblo, mostrándolo como lo que era: una localidad gris donde lo único que había era el recuerdo de un vidente travesti” (108).  Del mismo modo, el narrador confiesa que “vivimos ahí; dentro del ruido. Nos pareció natural. El paisaje de esas canciones era el nuestro, sus materiales eran las calles de tierra, la borrachera, la violencia y la estupidez de quienes no sabían ni cómo se llamaban” (94). Al parecer este ruido logra ser escuchado por el centro del país en cuanto se da a conocer esta realidad en los medios: “Un canal de televisión grabó un documental sobre nosotros. Filmaron un recital en una casa quinta que tenía una micro abandonada, a tres cuadras del cerro de la Virgen […] Todos nos vimos ahí, bailando como monos en medio de la noche, con ese autobús abandonado detrás, sombras de sombras, demonios menores, fantasmas que aún no saben que son tales” (98). De este modo se configura una imagen estática del pueblo y sus habitantes, lo cual nuevamente hace recordar lo que Bisama afirma en Zona Cero: “todo lo que nos rodea será de un momento a otro carne de museo. Como Fantasilandia, huevón. Atracciones para las masas” (9). En Ruido el narrador lo confirma del siguiente modo: “después nos daríamos cuenta de que nos convertimos en un parque temático, que éramos los árboles de plástico en la maqueta que siempre fue el país. Después, el siglo acabaría. Mientras, vivimos en el pueblo como sus dueños, los héroes de una saga épica escrita con un lápiz invisible en un papel quemado” (95).
6.- Villa Alemana como ciudad anacrónica:
Mosh en el Festival del Fin del Mundo en la Ex Micro, diciembre del 2009
Bisama ya advierte que el carácter mítico de la ciudad está siendo fijado a la manera de un museo, de modo que sus sucesos extravagantes y sus miembros mutantes se estabilizan como elementos constitutivos de una identidad. Por lo tanto, esta suerte de museo reduce la ciudad a meros campos temáticos, distorsionando la memoria que se construye en torno a ella. Esto debido a que cuando se opta por contar su historia oficial, se excluyen otros detalles que de igual modo contribuye a explicarla:
Lo que queda es la versión oficial. Lo que queda es una colección de palabras bordadas sobre una manta de lana que cubre un territorio. Aparece en los libros, tiene su lugar en algún calendario, se le recuerda a diario en las oraciones (29).

Sin embargo, el narrador de Ruido hace un intento por desmarcarse de la versión oficial y tal como señala Nicolás Lazo (2013) la obra es “un ejercicio sobre las posibilidades del lenguaje que se constituye en los símbolos y las palabras; un relato que, simultáneamente, explora hasta donde puede los límites que cercan la configuración de una lengua común”. Por lo tanto, en Ruido se lleva a cabo un relato que intenta rescatar aquellos fragmentos baladíes pero también aquellos significativos, todo con el fin de desmitificar el museo con el que intentan identificar a la ciudad. Así se constata en la siguiente cita:
Pero, mientras recordamos, aprendíamos a narrar, y la luz se filtraba en la mañana de la provincia, abriéndose paso en una niebla que cambiaba la forma de los objetos que habitaban en la memoria, ordenando de nuevo los lugares y las cosas, modificando la velocidad, el modo en que vivíamos dentro del relato de los hechos. (33)

De este modo, a partir de la construcción de un relato del pueblo se afianza su mitificación y consigue ser abstraído del tiempo histórico y político en que se enmarca, pues su funcionamiento particular es percibido como si perdurase indefinidamente. Incluso, esta idea se adelanta en la primera página de la obra: “Creemos en una ley óptica que jamás ha sido descrita: la luz de la provincia chilena se traga el tiempo y deforma el espacio, se come el sonido y lo vomita, destiñe los colores, derrite las formas de todas las cosas” (11). Es como si la provincia chilena, condenada al centralismo del país, no le quedara más que vivir en un perpetuo anacronismo.
7.- Palabras finales:
            Como se planteó en un primer instante, determinar lo propio de cualquier lugar es una tarea riesgosa, puesto que corre el riesgo de relacionar de un modo esencialista ciertos ámbitos temáticos con una determinada localización. Esta lectura ha conducido al reduccionismo de identificar los temas maternales, la violencia de género o el cuerpo con una escritura femenina; o los temas abstractos con una escritura masculina; o bien, como se esbozó en el ensayo, los temas maravillosos y mágicos con Latinoamérica. Este tipo de lectura no hace más que negar la posibilidad a las obras de ser interpretadas desde sus planteamientos más universales que pueden ser compartidas por otros sujetos, inmersos en otros contextos.  Por tanto, precaviéndome de este tipo de interpretación intenté explicar lo villalemanino desde lo que podría tener en común con otras provincias chilenas, y justamente esto era el nomos, concepto que permite dilucidar la forma en que se asientan los pueblos en un lugar y, por consiguiente, la forma en que a partir de este asentamiento construyen la representación de su propia realidad.  
            En Villa Alemana esta representación es mítica, puesto que se insiste en trasladar eventos sumamente locales a contextos más amplios mediante hazañas muy peculiares (no olvidar el reconocimiento del vidente a nivel nacional y el estrellato de La Floripondio a nivel internacional). Esto queda fijado en relatos que narran el mito, el cual según Josep Catalá “está situado en un más allá del tiempo que planea sobre el presente sin nunca acabar de actualizarse”. Es por ello que insistí en que el valor anacrónico de la ciudad radica en su mitificación.

8.- Referencias bibliográficas:
Bisama, Álvaro. Zona Cero. Valparaíso, Chile: Edición del Gobierno Regional de Valparaíso,       2003.

Bisama, Álvaro. Ruido. Santiago, Chile: Alfaguara, 2012. 
 
Borges, Jorge Luis. “El escritor argentino y la tradición”. Obras completas, 1923-1957. Ed. Carlos      V. Farías. Buenos Aires: Emecé Editores, 1974. 202-5  

Carpentier, Alejo. El reino de este mundo. Santiago, Chile: Editorial Andrés Bello, 1949.

Catalá, Josep. “La mirada difusa: formaciones y deformaciones del espacio mítico    contemporáneo”. Revista Análisi 24(2000):55-69.

Espinosa, Patricia. “Ruido”. Las Últimas Noticias [Santiago de Chile]. 7 y 14 Sept. 2012. Impreso

González Echeverría, Roberto. Mito y archivo. Una teoría de la narrativa latinoamericana. México: Fondo de Cultura Económica, 2011.

Jocelyn-Holt, Alfredo. El Chile perplejo. Del avanzar sin transar al transar sin parar. Santiago, Chile: Editorial Planeta, 1996.

Lazo, Nicolás. “El murmullo de la memoria: sobre ‘Ruido’, de Álvaro Bisama”. Letras en línea [Santiago de Chile]. 25 Marzo 2013. Web. 22 de noviembre del 2014. <http://www.letrasenlinea.cl/?p=3405>

Rodríguez, Raúl. “Magia e imperio. Nomos y retórica en el realismo mágico”. Acta Literaria 45(2012):81-100.

Schmitt, Carl. El nomos de la tierra. En el Derecho de Gentes del Ius publicum eu ropaeum. Granada, España: Comares, 2003.