Un jardín no es un
lugar: es un tránsito, una pasión. No sabemos hacia dónde vamos, transcurrir es
suficiente, transcurrir es quedarse: una vertiginosa inmovilidad”
(Cuento de dos
jardines, Octavio Paz)
De pronto
Sentí la
necesidad sorda
De enlazar
nuestros cuerpos desnudos
En la orilla
del río
Que arrastra
desde un anca
A la
cristalina transparencia
De la nieve
en lontananza
Las piedras
castañean
Como dientes
tiritando de frío cordillerano
Que
concentra en ese hilo plateado arrojado a nuestros pies
Todo el filo
que aguardan las distancias
Entre el mar
con sus hijas olas
Y la calle
en que nunca reventarán
Pero el río
El río tan
quieto
Hasta perder
su nombre
Frío de río
Era tierno
con el remanso que nos acogía
En un
arrullo de cuna de siameses
El paisaje
que abrazábamos abrazándonos
Rebalsaba de
centellas temperadas
Que
resonaban reverberantes
Cada vez que
su luz goteaba
En el fondo
oscuro
Que nos
sostenía
Y la fauna
lunática
Ante
nuestros cuerpos enredados
Como la
madeja de la araña
Se presentía
amenazada
El cuervo
creyendo que moríamos
Nos hacía
sombras con su vuelo en espiral
Y roza un
ala con la del pelícano
Embobado en
su grito fractal
Despiertan
los lobos marinos
Los hipocampos
Y se
despellejan
Para quedar
más desnudos que nuestra desnudez
De híbrido
más vital que el centauro
¿Estaremos
en un dónde o simplemente en un cuándo hecho de aire?