sábado, 29 de noviembre de 2014

El feminismo esencialista en "La güera" de Cherríe Moraga



En “La Güera”  Cherríe Moraga hace alusión a los distintos modos en que se manifiesta la opresión no solo en el contexto chicano, sino que también en el latinoamericano y afroamericano. Esta opresión se patenta en cuanto existe un “otro diverso” determinado por criterios de raza, clase social, opción sexual y género. De lo que se desprende de la lectura del ensayo, la autora precisamente padece la opresión en cada una de sus manifestaciones en tanto es chicana, de procedencia de clase baja, lesbiana y mujer. Por lo tanto, denuncia esta opresión apelando a la comprensión sincera entre todos aquellos que han sufrido algún tipo de violencia motivada por la discriminación hacia lo diferente, con el fin de acabar con la reproducción de la opresión emanada desde una sociedad homogeneizada por criterios patriarcales.
Ahora bien, mi hipótesis consiste en que la autora realiza  su propuesta desde un feminismo esencialista que asume la experiencia y la practicidad como el único constructo válido para entender la representación femenina. Rechaza cualquier tipo de feminismo teórico, pues lo considera incapaz de resolver la opresión que subyace en cualquier tipo de relación humana en que se instaura la diferencia. Con esto, Cherríe Moraga se instala en un debate aún abierto, cuya disputa consiste en la tensión que se establece entre teoría y práctica en el instante que se plantea un problema complejo. Ante esto, refuto el proyecto esencialista de la autora de “La Güera”, en tanto que si se parte del supuesto que la realidad se construye discursivamente, no me queda más que defender la necesidad de desarrollar un feminismo teórico para combatir la opresión desde las representaciones discursivas que se tienen de los elementos que suscitan dicha opresión. Por lo tanto, expondré argumentos que respaldan la pertinencia de un feminismo teórico para cuestionar las distintas dinámicas de opresión que se generan en torno a la diferencia, a la vez que se advertirán los riesgos que implica una postura esencialista, en cuanto reduce a los sujetos a un mero compendio temático de cualidades estables y perfectamente caracterizables.
De este modo, me propongo los siguientes objetivos: demostrar que la postura planteada en “La Güera” puede ser matizada por un feminismo teórico, ya que sus fundamentos permiten detectar y problematizar las distintas relaciones de subordinación que se despliegan en la sociedad, a partir de un cuestionamiento sobre el propio lenguaje con el que designamos e interpretamos nuestra realidad. En segundo lugar, me propongo evidenciar que el feminismo esencialista no es suficiente para explicar y resolver la subordinación y cualquier tipo de opresión, tampoco es suficiente para ejecutar un proyecto democrático feminista, puesto que desconoce la heterogeneidad del sujeto en tanto que le atribuye conceptos que le definirían su naturaleza y determinarían sus funciones sociales, justamente por ese imperativo de la naturaleza. Como se puede inferir de ello, ese intento es infausto, puesto que se encierra y reduce en ideas fijas la complejidad de los individuos, tal como habitualmente ocurre con la arbitraria vinculación que se da entre la figura femenina con la identidad latinoamericana. 

1.- Caracterización del feminismo que se desarrolla en “La Güera”: experiencia y esencialismo:
A lo largo de este texto intentaré referirme analíticamente a cada uno de los puntos que se señalan en el siguiente fragmento, puesto que es ahí en donde se sintetizan los argumentos principales que se sostienen el ensayo de Moraga, con los cuales no estoy de acuerdo y que, por tanto, pretendo contrargumentar sirviéndome de lo que ya se ha dicho desde el feminismo teórico.
El peligro radica en alinear estas opresiones [de clase, etnia, condición física y sexual]. El peligro radica en no ser capaz de reconocer la especificidad de la opresión. El peligro radica en tratar de enfrentar esta opresión en términos meramente teóricos. Sin una envoltura emocional sentida en el corazón que surja de nuestra opresión, sin que se nombre al enemigo que llevamos dentro de nosotras mismas y fuera de nosotras, ningún contacto auténtico  no jerárquico entre grupos oprimidos puede llevarse a cabo (21)
Comenzaré estableciendo el tipo de feminismo desde el cual Moraga habla y que como ya se ha anticipado, corresponde a uno basado en la experiencia, que revalora lo práctico, lo sensorial y lo corpóreo. Asimismo, tiene como urgencia determinar lo específico de la opresión femenina. Ya esta voluntad por encontrar una especificidad sobre algo da pistas de un feminismo esencialista, en el que se pretende hallar una “autenticidad de lo femenino” (Richard 735) mediante una experiencia no mediada por categorías discursivas y simbólicas. De este modo, en el feminismo esencialista la experiencia es revalorizada en tanto que funciona como “la base material-corporal que sustenta un conocimiento vivenciado desde la naturaleza (cuerpo) o desde la biografía (vida): un conocimiento no mediatizado por la ideología de la razón, un conocimiento in-mediato” (Richard 735). De ello se desprende que hay una oposición radical ante el feminismo teórico, en cuanto que la producción teórica es inmediatamente asociada a la experiencia masculina occidental, y por tanto, contribuye a reproducir “la censura mantenida durante siglos por el dominio conceptual del Logos (masculino) sobre la cultura del cuerpo y del deseo que asocia naturalmente lo femenino a lo subjetivo y a lo afectivo, al yo personal” (Richard 733). Es así como desde un feminismo de la experiencia se acusa al feminismo teórico de mantener una relación cómplice con “la alianza falocrática entre el poder de la raz6n y la razón como poder” (Richard 733), de manera que se propone luchar contra cualquier intelectualización por catalogarla como una actividad reproductora de un ordenamiento patriarcal. Esto se ilustra varias veces en el ensayo de Moraga, toda vez que justifica el valor de la experiencia en sí misma, incurriendo en tautologías cuando valida una experiencia vivida solo por quien puede vivirla de un modo determinado. Así, en el episodio que la autora comenta a un homosexual que él es incapaz de entender qué es ser mujer por el solo hecho de no serlo, se está esencializando una experiencia: “tú no eres una mujer; sé mujer por un día para que entiendas la base de mi desconfianza” (Moraga 22).
Así pues, el feminismo esencialista le recrimina al teórico incurrir en una  hipertextualización del cuerpo y la sexualidad, puesto que le inculpa defender la construcción de lo real como un “puro artefacto discursivo”, lo cual implicaría concebir, por un lado, a la mujer solo dentro de los límites de la lingüística; y por otro, a la diferencia sexual como algo totalmente independiente de la corporalidad biológica. A partir de esto, es entendible que las feministas esencialistas se  cuestionen qué denunciaría el feminismo, entonces, bajo estas condiciones tan relativizadas “si no hay una exterioridad al discurso donde comprobar y denunciar la violencia material del poder masculino” (Richard 735). Pero puestos en estos términos, es fácil prejuzgar cualquier cosa si se parte haciéndolo desde un esencialismo que reduce al absurdo cualquier categoría que intenta explicar una realidad. Es por ello que el feminismo teórico no tarda en ser caracterizado como una corriente que trabaja el lenguaje y el discurso casi de un modo fetichista, pues hipertextualizaría, deconstruiría y relativizaría la experiencia sin siquiera proponer modos de vida alternativos y combatientes contra la hegemonía de lo masculino. En fin, el feminismo teórico es puesto como un peligroso divertimento, pues como escribe Moraga: “solo nos aislará en nuestra propia opresión, nos apartará más que radicalizarnos” (22).

2.- Contrargumentos para un feminismo esencialista:
2.1.- El rechazo del silencio como arma de combate:
            No sería extraño, entonces, que en un feminismo anti teórico se defienda el silencio como otro mecanismo válido para evitar reproducir un sistema de valores construido en una sociedad falocéntrica. Ello debido a que el silencio es revalorado como el instante en que se revela un conocimiento pre-discursivo otorgado por la experiencia, de modo que se entrevé la creencia de que efectivamente se puede alcanzar una experiencia genuina que permite mostrar una verdad sin mediatizaciones. Esta creencia que tiene consecuencias sumamente antidemocráticas, es también insostenible en sí misma, puesto que es imposible comunicar cualquier realidad si se pretende superar un sistema de signos que hace inteligible la experiencia humana y, justamente por ello, propicia dentro de sus límites la posibilidad de una eventual comprensión, la misma que, paradójicamente, Moraga aspira en "La güera". De este modo, cuando la autora señala que su lesbianismo “es la avenida que me ha permitido comprender mejor el silencio y la opresión, y sigue siendo el más claro recordatorio de que no somos seres humanos libres” (21), está diciendo que la experiencia de encarnar un otro oprimido es suficiente antecedente que le garantiza tener una mayor capacidad de comprensión, sin tener la necesidad de explicar nada y de solo callar. Asimismo, esta suerte de revelación está dada una vez que al reconocer su lesbianismo, la autora revive “una profunda liga con mi madre. No fue sino hasta que reconocí y confronté mi propio lesbianismo a flor de piel, que sentí una estrecha identificación con mi madre, con su opresión por ser pobre, sin educación y chicana” (21). Estas declaraciones se relacionan estrechamente con la idea de que a partir del vínculo simbólico con la madre se retorna a un origen desprovisto de cualquier representación masculina que le es ajena a la mujer. Por lo tanto, a partir de esa rememoración del origen sería posible capturar una feminidad originaria y eventualmente la especificidad del ser mujer, la cual, como se insinúa a partir del feminismo esencialista, sería la maternidad. De este modo se pone en práctica el intento por reivindicar “la pre-simbolicidad del cuerpo como zona anterior al corte lingüístico y a la legislación paterna del signo” (Richard 740), lo cual ha conllevado a que muchas feministas re-esencialicenel yo de la mujer bajo el sello mítico de una fusión originaria con la madre” (Richard 740).
            Sin embargo, ante este imponente ejercicio de re-esencialización ejecutado bajo una suerte de silencio comprensivo, Moraga esboza la necesidad de “un lenguaje nuevo, palabras mejores que puedan describir de manera más cercana los miedos de las mujeres y la resistencia de una hacia la otra; palabras que no siempre suenen a dogma” (22). Y esta necesidad de elaborar un nuevo lenguaje no es más que una proyección hacia un feminismo teórico, lo cual demuestra que no es posible rechazar, en ninguna postura que pretenda ser crítica, el cuestionamiento sobre el propio lenguaje que se utilizará para valorar la realidad que se pretende escudriñar.

2.2.- La necesidad de explicar la experiencia mediante herramientas teóricas:
Es así entonces como se advierte la necesidad de acoger una postura teórica para recién poder partir desde lo fundamental: comprender más allá de la experiencia los modos en que opera la opresión sobre el sujeto femenino, con el fin de ser capaces de identificar en otras experiencias los modos en que dicha opresión opera. Como ya he anticipado, la confianza plena en una experiencia que se explica por sí sola implica que se establezcan vinculaciones naturales entre ciertos conceptos (como Latinoamérica, lo corporal, el sentimiento, la naturaleza) con ciertas identidades (la femenina), lo cual no contribuye de ninguna manera en evidenciar el meollo de la problemática de la opresión: es más, la estaría consolidando mediante lo que Rodríguez denomina una “retórica de la inocencia” (90). Esta retórica también se da cuando se intenta definir la identidad latinoamericana a partir de la estética del realismo mágico, como bien lo sugerí en la publicación anterior, según el cual solo en Latinoamérica se dan hechos maravillosos, imprevistos y originales que favorecen a una escritura que no tiene necesidad de forzar situaciones surrealistas, puesto que se tienen los materiales allí afuera, en la propia realidad. Por lo tanto, situar a Latinoamérica desde lo virginal, indomable y mágico es un acto encubridor de la violencia que predomina en el continente. Porque en realidad no hay ningún misterio en la condición latinoamericana, sino más que opresión y violencia por parte de las fuerzas civilizatorias. Así, al establecer esos conceptos que definirían una esencia, inmediatamente se traza una distancia con la diferencia de aquello que se define, y se le identifica de un modo fijo con aquellos conceptos que se les atribuye. En el caso de Latinoamérica, y que también opera perfectamente en la opresión femenina, la retórica de la inocencia se asume como una ideología que “en nombre de la civilización, reconoce la necesidad de una violencia que debe inscribirse sobre aquellos que, si desean alcanzar el progreso, indefectiblemente han de someterse al poder global de occidente, al avance del sistema-mundo” (Rodríguez 90). Por lo tanto, desentrañar el modo en que se aplica esa retórica, incluso en los feminismos que se muestran más fervorosos en combatir el patriarcado, es una tarea teórica, puesto que se cuestiona el mismo discurso con el que se interpreta una realidad compartida.
La reticencia de las feministas de la experiencia por entregarse a este trabajo teórico se resume en lo que señala Mouffe:
Muchas feministas creen que, si no contemplamos a las mujeres como una identidad coherente, no podremos sentar las bases de un movimiento político feminista en el cual las mujeres podrían unirse como mujeres para formular y perseguir objetivos específicamente feministas (370)

Ante esta aversión de las feministas por desligarse de un esencialismo, comparto la visión que Mouffe argumenta en contra esa postura, según la cual valora como condición necesaria la desconstrucción de las identidades esenciales para conseguir “una comprensión adecuada de la variedad de relaciones sociales donde se habrían de aplicar los principios de libertad e igualdad” (370). Asimismo, advierte que
Sólo cuando descartemos la visión del sujeto como un agente al mismo  tiempo racional y transparente para sí mismo, y descartemos también la supuesta unidad y homogeneidad del conjunto de sus posiciones, tendremos posibilidades de teorizar la multiplicidad de las relaciones de subordinación (370)

Y justamente ese es el objetivo central de un feminismo que se proponga velar por que la mujer se realice plenamente en su ámbito público y privado, sin ningún tipo de obstáculos que la limiten en la realización de su proyecto de vida por su condición biológica, económica, étnica y de opción sexual.
            De este modo, creo que el feminismo que propugna Moraga efectivamente necesita de una vertiente teórica que contribuya a la realización consistente de su crítica. De hecho, la misma autora lo advierte, quizá contradiciéndose con lo que plantea en la tesis de su ensayo, cuando afirma que “Todo el tiempo sentí la diferencia, pero no fue sino hasta el momento en que puse las palabras ‘raza’ y ‘clase’ junto a mi experiencia, que pude entender mis sentimientos” (23). De este modo, necesita servirse de conceptos teóricos como ‘raza’ y ‘clase’ para poder explicar la propia experiencia que padece. En la siguiente cita nuevamente la autora delata, no intencionalmente tal vez, la necesidad de cuestionar la forma que circulan los discursos en torno a la identidad femenina. Así advierte, tal como se ha denunciado desde un feminismo no esencialista, que  
El grueso de la literatura de este país refuerza el mito de que lo oscuro y lo femenino es maligno. Consecuentemente, cada una de nosotras –sea oscura, mujer o ambas-  ha internalizado en alguna medida esta imaginería opresiva. Lo que el opresor consigue, muchas veces, es simplemente exteriorizar sus miedos, proyectándolos en los cuerpos de las mujeres. Asiáticos, homosexuales, inválidos, cualquier que parezca más “el otro”. (25)
            Como se puede constatar, la autora también identifica la puesta en marcha de una retórica de la inocencia que anteriormente anuncié. Sin embargo, luego de constatar este asunto fundamental vuelve a insistir en  un esencialismo que dificulta cualquier intento por combatir el nivel más profundo de la opresión, el cual consiste en un nivel discursivo pues es a partir de él que se configuran las formas de desenvolverse en sociedad.
            Ahora bien, consultando el significado etimológico de la palabra “teoría” obtengo otra pista de porqué se insiste tanto en rehuirla, así como también porqué es necesario adoptarla. Pues bien, según Gadamer la palabra ‘theoría’ deriva de ‘theoros’ que significa
el que participa en una embajada festiva. Los que participan en esta clase de embajadas no tienen otra cualificación y función que la de estar presentes. El ‘theoros’ es, pues, el espectador en el sentido más auténtico de la palabra, que participa en el acto festivo por su presencia y obtiene así su caracterización jurídico-sacral, por ejemplo, su inmunidad (169)

En una primera lectura, se puede deducir que en un sentido moderno la teoría es rehuida porque implica no involucrarse con ninguna causa más que analizarla desde su abstracción conceptual, de lo cual –apresuradamente se piensa- no resulta ninguna solución concreta. Claramente esta es una lectura un tanto estereotipada, pero lo importante es rescatar la reivindicación de la teoría como una verdadera participación, pues implica un padecer, “un sentirse arrastrado y poseído por la contemplación” (Gadamer 170).  Esto es un requisito fundamental para comenzar cualquier tipo de crítica desde el feminismo. Si Cherríe Moraga hubiese considerado esta acepción de “teoría” no la rechazaría para postular sus ideas, puesto que justamente describe su experiencia de ser mujer desde una postura que padece, tal como se aprecia en la siguiente cita: “La alegría de verse como una chica blanca no es tan grande, desde que me di cuenta de que puedo ser golpeada en la calle por lesbiana. Si mi hermana es golpeada por negra, se puede aplicar el mismo principio” (Moraga 21).
Por lo tanto, es totalmente perentorio para la conciencia feminista que tome en cuenta el lenguaje y el discurso para rebatir tanto la dirección tautológica que se le ha dado a la idea de experiencia, sobre todo en los fragmentos señalados del ensayo de Moraga, como también “la metafísica de una identidad originaria -fija y permanente- que ata deterministamente el signo ‘mujer’ a la trampa naturalista de las esencias y de las sustancias” (Richard 734). Esta necesidad se explica en tanto que para realizar una crítica feminista se debe examinar el lenguaje
en sus supuestos ontológicos y criticar esos supuestos en sus consecuencias políticas, ya que son ellos los que deliberadamente confunden hecho (naturaleza) y valor (significación) para frustrar todo impulso transformativo haciéndonos creer que "La biología es el destino" ( Richard 734)

            De este modo nuevamente me hago eco de lo que sostiene Richard con respecto a la necesidad de llevar a cabo un feminismo fundamentado en la teoría:
La teoría es lo que forma consciencia acerca del carácter discursivo de la realidad en cuanto realidad siempre intervenida por una construcci6n de pensamiento que la designa y por una organización de significados que la nombra. Pero la teoría es también lo que le permite al sujeto transformar esa realidad dada como natural al abrir los signos que la formulan a nuevas combinaciones interpretativas capaces de deshacer y rehacer sus trayectos conceptuales, de desordenar los marcos prefijados de comprensión y de reinventar nuevas reglas de inteligibilidad de lo natural y de lo social. Para el feminismo, renunciar a la teoría seria privarse de las herramientas que nos permiten comprender y modificar a la vez el sistema de imágenes, representaciones y símbolos, que componen la lógica discursiva del pensamiento de La identidad dominante. Seria contribuir pasivamente a que sus mecanismos significantes permanezcan incuestionados. (734)

2.3.- La necesidad de cuestionar el esencialismo feminista:
            Ya Chantal Mouffe advierte en su texto “Feminismo, ciudadanía y política democrática radical” que el esencialismo ha sido criticado desde corrientes de pensamientos diferentes entre sí, como por ejemplo desde el trabajo de autores como Derrida, Wittgenstein, Heidegger, Dewey, Gadamer, Lacan, Foucault, Freud y otros. Las ideas que estos autores han aportado al debate han contribuido a elaborar una política feminista inspirada en “un proyecto democrático radical” (Mouffe 370). Ello en respuesta al esencialismo que irremediablemente “conduce a una visión de la identidad que no concuerda con una concepción de democracia plural y radical y que no nos permite construir la nueva visión de la ciudadanía que hace falta para aplicar tal política” (Mouffe 370). Ahora bien, ¿por qué sostengo que en “La Güera” subyace un esencialismo? Pues bien, porque la autora en reiteradas ocasiones se refiere a una identidad que está dada indefectiblemente por condiciones de raza, clase y sexo. Es así como constantemente autoriza su voz como la más apropiada para hablar sobre la opresión porque ya está determinada para sufrirla. Como por ejemplo, en un momento confiesa que “lo que primero me motivó a trabajar en una antología de mujeres radicales de color fue el profundo sentimiento de que tenía yo una valiosa e íntima aportación que hacer en virtud de mi nacimiento y mis antecedentes” (Moraga 23). Como se aprecia, justifica sus circunstancias de nacimiento y antecedentes como bases suficientes para poder reunir la voz de mujeres de color en una antología. Vale decir, que con el solo hecho de ser chicana, mujer y lesbiana Moraga está autorizada para incluso establecer un canon de “la diferencia”. Este mismo fenómeno ocurre en la crítica literaria latinoamericana, en donde se establecen las obras que serán parte del archivo latinoamericano y son seleccionados en base a si son capaces o no de dar cuenta de una identidad latinoamericana. De modo que tanto la esencialización llevada a cabo por Moraga como el ejercicio de la crítica literaria está articulada “a partir de una violencia, una violencia archivadora que designe, mediante definiciones, qué incluir y qué excluir” (84). Por lo tanto, ya se puede advertir el riesgo demasiado grande de adoptar un esencialismo por la falta de reflexión teórica, ya que se puede ser cómplice de lo mismo que se está intentando combatir.   
La bacanal de los andrios (Tiziano). Encuentre la mirada
femenina cómplice
            Es de este modo como a partir de la esencialización se establecen categorías fijas y perfectamente identificables como “lo femenino, lo latino, lo juvenil, lo homosexual, lo étnico, etc.” (Richard 743). Específicamente para el feminismo, esta conducta va en desmedro de lo que se plantea como movimiento, puesto que reduce en identidades fijas la experiencia femenina, limitándola a conceptos que no necesariamente le corresponde y homogeneizando la figura femenina en un estereotipo falaz.
            De este modo, el esencialismo “interfiere con la construcción de una alternativa democrática cuyo objetivo sea la articulación de distintas luchas ligadas a diferentes formas de opresión” (Mouffe 370). Por lo tanto, es fundamental que la crítica al esencialismo se conduzca por el abandono de la idea que concibe al sujeto como una entidad transparente y homogénea. Es imposible seguir reduciendo a categorías fijas y delimitables la heterogeneidad contingente que define la identidad de cada individuo. De modo que cualquier identificación fácil de la figura femenina con la naturaleza, lo desconocido, la otredad radical, lo sensorial y lo corpóreo constituirá un acto prejuicioso que incluso desde dentro del feminismo se ha desplegado, como se ha podido constatar en “La Güera”. Asimismo, la razón por volver a vaciar el feminismo de cualquier tipo de esencialismo estriba en que “el sujeto se constituye a partir de una dialéctica de inestabilidad/fijación de sentidos, la cual sólo es posible porque la estabilidad no está dada de antemano, porque ningún centro de subjetividad precede a las identificaciones del sujeto” (Mouffe 370). Esta idea hace superar definitivamente la creencia de que lo femenino es un contenido de identidad ya dado, y que a partir de esta superación se pueda “llamar la atención sobre la materialidad discursiva de los mensajes que la ideología cultural dominante busca transparentar para hacernos creer que sus significados han sido fijados de una vez para siempre” (Richard 743). A partir de este reconocimiento, Cherríe Moraga confiesa que“la mayor parte de mi vida, por el simple hecho de que me veo blanca, me identifiqué y aspiré a tener valores blancos, y que rolé la ola de aquel privilegio de California del Sur, tanto como mi conciencia me lo permitió” (27). Esta cita es ilustrativa sobre cómo operan las construcciones identitarias a partir de los criterios esencialistas que las constituyen.  
            Por último, es preciso destacar que si bien Cherríe Moraga hace de vez en cuando afirmaciones esencialistas, también es consciente de que el género es una construcción cultural que “la ideología patriarcal ha ido naturalizando” (Richard 735). No se hace cargo de desnaturalizar la definición de género, pero sí expresa su destemplanza por estar determinada en base a criterios de raza, sexo y clase: “Yo fui educada, pero, más que eso, yo era ‘la güera’ –la de la piel clara. Nacida con las facciones de mi madre chicana, pero con la piel de mi padre anglo, la vida sería fácil para mí” (Moraga 20). Por lo tanto, desmontar el esencialismo en el feminismo es perentorio en tanto que permite reelaborar “nuevas marcas de identificaci6n sexual según combinaciones más abiertas que las antes seriadas por la norma de socializaci6n dominante” (Richard 735).

3.- Palabras finales:
            En el fragmento de “La Güera” que al comienzo de este texto destaco como el que reúne la postura principal de Cherríe Moraga que refuto, está contenida la siguiente idea: que hay un  peligro en alinear las opresiones consistentes en clase, etnia, condición física y sexual. Sin embargo, una vez aclarado el hecho de que estos constructos no deben ser pensados de modo esencialista es posible realizar un proyecto común que consiste en articular las demandas de las mujeres, los negros, los trabajadores, los homosexuales, etc. con el fin de establecer vínculos históricos y contingentes que puedan existir  entre ellos y que los relacionen en cuanto al modo que la opresión opera sobre ellos. De esta manera, se conseguiría la ansiada articulación que la misma autora de “La Güera” persigue: “El verdadero poder, como tú y yo lo sabemos bien,  es colectivo. Yo no puedo soportar tenerte miedo ni tú a mí. Si para ello se requiere un choque de cabezas, hagámoslo. Esta refinada timidez nos está matando” (28). Por lo tanto, consiguiendo conformar una comunidad entre los distintos grupos subalternos se podría hacer resistencia, desde la permanente reflexión teórica, al ordenamiento falocéntrico de la sociedad occidental. De este modo, poco a poco se iría superando la relevancia de la diferencia sexual, convirtiéndose finalmente en un aspecto no pertinente para la configuración de las relaciones humanas. Esta propuesta es planteada por Chantal Mouffe cuando establece las bases para su conocida democracia radical. Justamente esta propuesta se hace posible cuando se toma en cuenta “la articulación de un conjunto de posiciones de sujeto, correspondientes a la multiplicidad de las relaciones sociales en que se inscribe” (Mouffe 371). Por lo tanto, este planteamiento podría funcionar como una solución tentativa a la múltiple opresión que Moraga dice padecer en su ensayo: debido a que es un individuo complejo, que se desenvuelve en distintos ámbitos sociales y en diversas búsquedas personales, encarna más de una identidad de las que comúnmente se le atribuye como mujer, y por tanto, sufre más opresiones de las que se les reserva particularmente a las mujeres.
            Por lo tanto, el feminismo se plantearía como una “lucha en contra de las múltiples formas en que la categoría “mujer” se construye como subordinación” (379). Como he insistido a lo largo del ensayo, dicha lucha se debe efectuar desde un cuestionamiento teórico, pues es así como se puede derribar el esencialismo que propende a situar en categorías estables y fijas a las heterogéneas identidades. De hecho, una de las improntas más dañinas que se ha heredado del esencialismo en el ámbito literario es el hecho de que se piense que hay una escritura propiamente femenina, en el que se abordan temas que solo le conciernen a las mujeres, asociándole problemáticas como lo corpóreo, lo sentimental, lo irracional y excluyéndolas de la reflexión abstracta, del discurso científico, lo cual ayuda a que se siga afianzando una imagen estereotipada de su individualidad.  
  
4.- Referencias bibliográficas:

Gadamer, Hans-George. “II. La ontología de la obra de arte y su significado hermenéutico”. Verdad y método. 1960. Salamanca: Sígueme, 1993. 143-181.
Moraga, Cherríe. “La Güera”. Trad. Ana Castillo y Norma Alarcón. Esta puente, mi espalda. Voces de mujeres tercermundistas en los Estados Unidos. Ed. Ana Castillo y Cherríe Moraga. San Francisco: Editorial Ismo, 1988. 19-28.
Mouffe, Chantal. “Feminismo, ciudadanía y política democrática radical”. Feminists    Theorize the Political. Ed. Judith Butler and Joan W. Scott. New York: Routledge, Chapman and Hall, 1992. 369-380. Impreso
Richard, Nelly. “Feminismo, experiencia y representación”. Revista de Crítica Cultural 62(1996): 733-744. Impreso.
Rodríguez, Raúl. “Magia e imperio. Nomos y retórica en el realismo mágico”. Acta Literaria 45(2012):81-100.


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