miércoles, 26 de noviembre de 2014

Nos volvimos carne de ficción



La mitificación de Villa Alemana en Ruido

*Recomendación: leer el siguiente texto escuchando  https://www.youtube.com/watch?v=TXoahKrJ84M

1.- El riesgo de definir “lo particular” de un lugar:
Determinar qué es lo propiamente latinoamericano constituye una inquietud que aún no ha logrado ser resuelta. Ya en 1949, justamente con el propósito de definir lo específicamente latinoamericano, Alejo Carpentier escribe un manifiesto de lo real maravilloso en el prólogo de El reino de este mundo. En él Carpentier afirma que lo real maravilloso es “patrimonio de la América entera, donde todavía no se ha terminado de establecer, por ejemplo, un recuento de cosmogonías” (15). Ciertamente, la intención de atribuir a nuestro continente la cualidad particular de real maravilloso estriba en distinguirlo de las prácticas escriturales europeas: mientras allí se recurren a fórmulas para forzar el surrealismo, en Latinoamérica no es necesario, pues la realidad misma es descomunal y da paso a lo maravilloso “cuando surge una inesperada alteración de la realidad (el milagro)” (13) y para ello se defiende una fe que permite captar dicha alteración. Asimismo, Carpentier sostiene que “América está muy lejos de haber agotado su caudal de mitologías” (16) y las razones que esgrime se resumen en “la virginidad del paisaje […], la presencia fáustica del indio y del negro […], los fecundos mestizajes que propició” (16). En efecto, enarbola el clásico estereotipo fabricado por Europa, según el cual Latinoamérica es la tierra virgen, fértil y habitada por el buen indio. Incluso, Carpentier finaliza su manifiesto preguntando retóricamente para reafirmar su hipótesis: “¿Pero qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real-maravilloso?” (17). 
Sin embargo, han surgido múltiples contrargumentos que desechan la estética de lo real maravilloso como la definición de lo propiamente latinoamericano. Una de las tantas réplicas dice relación con que las novelas fundacionales de Latinoamérica que justamente se insertan en lo real maravilloso (Los pasos perdidos, Cien Años de Soledad, El reino de este mundo), ejercen un acto encubridor de la violencia en el instante que se fundan Macondo y Santa Mónica, sublimando esta violencia “ya sea en lo maravilloso o en lo mágico” (Rodríguez 82). Por lo tanto, inmediatamente se establece una complicidad con el conquistador europeo, quien se redime de sus actos violentos poniendo su empresa en nombre del triunfo de la civilización; es por ello que este acto encubridor se conoce como retórica de la inocencia. De este modo, es evidente que se ha narrado ‘lo nuestro’ “bajo los ojos occidentales, lo cual es una manera de decir que no ha narrado lo nuestro, sino que lo ha inventado” (Rodríguez 88). En esta misma dirección, Rodríguez afirma que estas novelas han desconocido el nomos que funda sus ciudades, vale decir, el carácter violento que conlleva todo asentamiento y ordenación de la toma de la tierra (Schmitt 48). Al desconocer el nomos, consecuentemente se encubre la violencia que inevitablemente implica la fundación de cualquier ciudad, y esto es lo que hacen aquellas novelas que pretende definir lo latinoamericano.
En vista, entonces, de cuán complejo es definir “lo latinoamericano” a partir de una visión autóctona y si incluso es acaso posible determinarlo, en este ensayo me cuestiono si se podría efectivamente capturar lo específico que se da en la Villa Alemana retratada por Bisama en Ruido, especificidad que de ninguna manera correspondería a lo real maravilloso. Al menos, bajo mi consideración, esta novela no utiliza una retórica de la inocencia, pues sí hace patente la violencia que subyace en el asentamiento de la ciudad y, al mismo tiempo, se hace cargo de esta violencia en la construcción de los mitos que se erigen para poder explicar su devenir. En ese sentido, el mito se origina luego de la toma y repartición de una tierra (nomos), de modo que en el caso de Ruido el mito se construye recién con la figura del vidente. Es así como a partir de su propio mito, Villa Alemana puede conservar su memoria. Es más, “la búsqueda latinoamericana de identidad cultural podría considerarse un mito cultural de fundación” (González Echeverría 223). Y precisamente, esto es lo que me propongo en el ensayo: ver si es posible distinguir lo específico de un pueblo como Villa Alemana a partir de sus mitos, lo cual no es más que una pregunta sobre su propia identidad.
2.- En búsqueda de un marco conceptual para hacer referencia a lo villalemanino:
Por lo tanto, para poder responder a esta inquietud se propone la siguiente hipótesis: en Ruido hay una reapropiación y reactualización literaria de la figura de un personaje histórico y de una ciudad chilena. El resultado de la reinterpretación de sus valores históricos y políticos da lugar a la constitución de un personaje y una ciudad mítica, la cual se instituye como espacio anacrónico que mantiene cierta relación con el acontecer de un país, pero que a la vez se abstrae de él manteniendo su propia (i)lógica interna. Precisamente el carácter anacrónico de esta ciudad provinciana y de su propio personaje mítico es el que le otorga la función de servir como metáfora representativa de otras ciudades provincianas del país, pues enarbola un ethos  muy particular de estos espacios que se ubican en la periferia de un poder político, pero que a la vez sirven de herramienta para su propagación. En este sentido, tal como el mismo narrador de la novela señala, Villa Alemana puede entenderse como una “caja de resonancia” de lo que ocurre en el resto del país en determinado momento histórico. Sin embargo, desde una reinterpretación mítica Villa Alemana cuenta con la particularidad de que su ethos sigue funcionando, independiente e impávida ante cualquier momento histórico y político. Por lo tanto, en el presente ensayo Ruido se analizará desde una lectura política que contempla la historia política reciente.
Ante el propósito de determinar qué es lo villalemanino que se representa en Ruido, nuevamente surgen los riesgos explicados anteriormente. De este modo, como contrargumento a este propósito se puede sacar a colación la aversión que Borges manifiesta por “cualquier tipo de discurso que intente contener un país o una cultura” (González Echeverría 229). Si bien a lo largo de su obra Borges hace patente esta crítica, sobre todo en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius en donde crea un país completamente imaginario, es en “El escritor argentino y la tradición” donde especifica su escepticismo y se muestra burlón “ante todos los esfuerzos por definir una conciencia latinoamericana independiente o una literatura latinoamericana única” (González Echeverría, 230). Aunque de otro modo, a esta opinión también se adhiere Carl Schmitt, autor que propone la idea de nomos para explicar el asentamiento de las ciudades. En el apartado de “El nomos en Homero” contenido en El nomos de la tierra, Schmitt explica que en el pasaje I, 3 de la Odisea se ha dado la interpretación de que Ulises “se habría interesado por el ‘espíritu’ específico de las diferentes ciudades o de ‘muchas personas’ y habría sido algo así como el primer psicólogo social” (Schmitt 60). Este “espíritu o la razón o la mentalidad y el carácter de muchas personas o incluso de las ciudades de muchas personas” (60) es lo que se conoce como “nous”. Sin embargo, a Schmitt le parece absurda la idea de vincular las ciudades con un “nous”, pues
“el ‘nous’ es común a todos los hombres y, como es natural, una ciudad-castillo protegida no tiene precisamente, como tal, un propio ‘nous’ especial, pero sí un propio ‘nomos’ específico. Sería extraño al pensamiento de la Antigüedad el diferenciar aquel ‘nous’, que es algo humano en general, según castillos y aún ciudades-castillos distintos, y conocerlos de este modo.” (60)  
            De esta manera, en vez de determinar una sensibilidad particular o un “nous”, en Ruido se traslada la atención en determinar su nomos específico, a partir del cual se construyen las figuras míticas que le dan identidad y memoria a Villa Alemana, a la vez que la instalan como metáfora representativa de otras ciudades pequeñas de Chile, tal como ocurre con  las míticas ciudades literarias: Macondo, Santa Bárbara, Ítaca o Tlön. Para desentrañar esta hipótesis, las siguientes partes del ensayo están destinadas, en primer lugar, a describir el nomos que se da en la novela y la relación que esto tiene con una lectura política e histórica; en segundo lugar, a analizar la figura mítica que se construye del vidente y la ciudad; en tercer lugar, a ver cómo esta representación mítica funciona como metáfora de otras provincias, a partir de ciertos elementos que la rememoran en su particularidad; y por último, evidenciar cómo su carácter mítico permite que la ciudad y el vidente sufran una suerte de anacronismo, en el sentido de que aunque se les inscribe en un tiempo histórico y político determinado, siguen manteniendo sus peculiaridades, lo cual es un hecho que vuelve a reafirmar la cualidad mítica que se le asigna a Villa Alemana y su vidente. 
3.- El nomos de Villa Alemana y su configuración mitológica:  
            En cuanto al primer punto, en Ruido no se evidencia una fundación concreta de la ciudad, puesto que “nadie iba a quedarse aquí” (23). Es por ello que “nunca tuvo una Plaza de Armas porque no fue necesaria” y su extensión “era una distancia que podíamos recorrer en bicicleta” (65). Su distribución espacial estaba organizada “por una costra de viviendas y casas quinta y locales comerciales y escuelas con cancha de tierra, que se edificó en torno a una estación de trenes” (23). Pareciera ser que la línea del tren es el lugar donde puede establecerse el nomos de la ciudad, pues a partir de ella se asientan sus fundadores, aunque no lo sean propiamente tal:
una familia de inmigrantes italianos se instaló y transformó la estación en el corazón improvisado de la localidad. La mitad de los nombres de las calles del centro homenajeaban a esa familia de italianos que progresivamente perdieron todo hasta terminar como unos apellidos pintados en las esquinas. El centro, por lo mismo, era el reflejo de la memoria de la península que dejaron y de la arquitectura monumental de su nostalgia, del pueblo de piedra que abandonaron y soñaron en otro continente: un bulevar mínimo, una galería en forma de caracol, unos cuantos locales y un cine cuyo frontis era presidido por una gárgola. Cuando llegó la década de los ochenta, de esos italianos solo quedaban un puñado de nietos casi anónimos y una economía que dependía de los trabajadores que todos los días tomaban el tren y las micros para irse al puerto, que quedaba a una hora de distancia. (23)

Es así como desde la línea del tren se irradia el asentamiento de la ciudad, lo cual es significativo en tanto que le imprime desde un comienzo el carácter de ciudad de tránsito, del ir y venir desde el puerto al pueblo, lo cual redunda en la imposibilidad de caracterizarla con una cualidad fija y de atribuirle el título de ciudad mutante. En este perpetuo tránsito resulta difícil que se consolide un proyecto de ciudad, ya que “cuando todos se iban, el lugar quedaba vacío y se convertía en una ciudad habitada solo por niños y ancianos, entregada a los rituales de la siesta, rodeada por un muro de cerros tristes y secos que dibujaban el único horizonte posible” (23). Entonces, ¿qué se podía decir de Villa Alemana, más que era un pueblo rodeado de colinas llenas de espinos y que de vez en cuando le sucedían eventos extraños? Desde luego, su origen nómico no es sublimado en elementos mágicos o extraordinarios, al contrario: se representa como un hecho nada espectacular, incluso como un hecho accidental e improvisado, de modo que el pueblo no porta ningún mito fundacional que pueda explicar su realidad. Es por esto que la ausencia inicial de mitos deja la puerta abierta para que estos se desborden ante cualquier suceso inaudito. Así ocurre con la aparición del primer personaje del pueblo: el astrónomo que predice el acercamiento de un planeta de fuego hacia la tierra y el fin del mundo. A partir de este personaje, que no alcanza la categoría de figura mítica, se dan a conocer otros que van conformando el paisaje de Villa Alemana: el mendigo hippie que había matado a sus padres, el indigente que antes de serlo estudiaba arquitectura y enloqueció por el consumo de drogas, y claro está, el vidente. Su figura adquiere consistencia tanto por su extravagancia como por el contexto histórico y político en que se inscribe. Es recién con la construcción mítica del vidente cuando se manifiesta toda la violencia que no se manifestó en la fundación del pueblo. Y bajo esta interpretación, se puede afirmar que recién con la irrupción del vidente existe una fundación simbólica de Villa Alemana, pues en ese momento es cuando su realidad puede ser representada y explicada.
4.- Construcción mítica del vidente y la ciudad:
De esto se deriva el segundo punto planteado, que consiste en analizar la figura mítica del vidente y de la ciudad. Como señala Josep Catalá “el mito no puede tener nunca una sola cara, aparece solo cuando el espacio desdoblado hace acto de presencia y nos obliga a instalarnos en la indeterminación” (58). Precisamente, el mito en torno al vidente y la ciudad se construye en un contexto político autoritario en el que se obliga a tener solo una representación de la realidad si no se quiere arriesgar la vida. El mito, por tanto, suscita la posibilidad de desbaratar esa realidad impuesta y afirmar que “la Virgen es una superchería, una farsa, un engaño que ha atraído a la gente, desesperada por alguna revelación que los sacara del horror o el tedio” (81). En este punto, cabe destacar que Bisama entiende el mito del vidente no desde una posición idólatra que efectivamente cree en los milagros, pues esto sería absurdo, sino que como un intento de explicar la realidad de la ciudad. Así, reconoce que lo que construye el mito es que “la Virgen María se le aparece al vidente, le habla al oído o le quema la vista y la cabeza con su luz. Soy el Inmaculado Corazón de la Encarnación del Hijo de Dios, le dice” (29). Pero también que Miguel Ángel “no era una imagen religiosa, no era un artículo de fe, no llamaba a ninguna devoción” (19). Lo mítico en el vidente radica, entonces, en el hecho de que un niño huérfano, tan a la deriva como su propio pueblo lo está, haya sido quien lo sacó del anonimato con una situación tan inaudita como una revelación mariana. De este modo, en la ciudad convergen eventos disímiles entre sí, pero que le van moldeando su propia identidad. Todos estos eventos tienen en común la suerte del vidente: que desde un punto particular y precario se propagan por el mundo, para luego volver a su punto de origen ya como figura mítica. Así ocurrió también con la banda nombrada como una planta psicodélica, La Floripondio, que luego de haberse conformado en las tocatas de “la micro” se va de gira a los escenarios europeos. De este modo, como bien escribiera Bisama en Zona Cero, “todo se transforma en museo. La historia la comienzan a escribir otros. Nos transformamos en una nota a pie de página: sombras apiladas en la construcción de memorias fragmentadas” (10).
5.- ¿Es posible considerar a la Villa Alemana de Ruido como sinécdoque de otras provincias?
El carácter mítico que adquiere la ciudad hace pensar que puede funcionar como una representación metafórica de otros pueblos del país. Esta aserción puede parecer riesgosa si se considera la advertencia de Borges en “El escritor argentino y la tradición”, según la cual es un despropósito definir temas locales para determinar una identidad nacional. Sin embargo, es justamente desde los elementos universales que se representan en Ruido que planteo la posibilidad de explicar abstractamente preocupaciones humanas que se dan en otros contextos. Asimismo, desde una perspectiva histórica se puede deducir que la mayoría de las ciudades menores de Chile comparten un nomos similar: se reparte y ordena su suelo en función de la explotación de la tierra, la cual es trabajada por sus propios habitantes. Así Jocelyn-Holt señala en El Chile Perplejo que incluso en los años 50 el 75% de la población pertenece a la clase baja, la cual reside mayoritariamente en pueblos rurales. Teniendo en cuenta este dato, se puede afirmar que Villa Alemana comparte un nomos común con otros pueblos y a partir de esto, pueden ser explicados bajo parámetros similares. Con esto no estoy queriendo defender que cada pueblo pequeño tenga su vidente, un cine o una banda de punk, sino que estos elementos se reactualizan de diferentes modos pero portando significados similares que permiten explicar la propia realidad. Así, en el caso de Ruido los elementos que podrían encontrarse en otras ciudades son la breve dimensión del espacio en que se ubica el asentamiento y que produce el efecto de constituirse como un micro mundo: “conquistamos el centro, que era una versión en miniatura del mundo” (86). Esta versión en miniatura del mundo tiene sus propias reglas de funcionamiento y que no son desconocidas por quienes habitan en él. Por tanto cada miembro de la comunidad comparte una visión de mundo similar y tal como se expresa en la obra “Aprendimos a reconocernos a la distancia: una fuerza de gravedad común nos atraía a lo lejos” (86). Como buen micro mundo han construido una “mitología ahí, con esos pedazos, con ese sonido” (87). Esos pedazos, ese sonido corresponden a la fragmentaria composición de la realidad, lo que aún no se puede nominar pero que se reconoce como el “ruido”.
Sin embargo, este ruido no se puede capturar cuando se intenta hacerlo de un modo explícito, pues siempre su irrupción tiene lugar en lo subterráneo, en lo no dicho. Así cuando se intenta hacer un film sobre la ciudad, las escenas que más agradan al narrador son aquellas imágenesde las horas muertas de la tarde en la provincia; las que, vistas desde el cine, parecían quitarle toda gracia al pueblo, mostrándolo como lo que era: una localidad gris donde lo único que había era el recuerdo de un vidente travesti” (108).  Del mismo modo, el narrador confiesa que “vivimos ahí; dentro del ruido. Nos pareció natural. El paisaje de esas canciones era el nuestro, sus materiales eran las calles de tierra, la borrachera, la violencia y la estupidez de quienes no sabían ni cómo se llamaban” (94). Al parecer este ruido logra ser escuchado por el centro del país en cuanto se da a conocer esta realidad en los medios: “Un canal de televisión grabó un documental sobre nosotros. Filmaron un recital en una casa quinta que tenía una micro abandonada, a tres cuadras del cerro de la Virgen […] Todos nos vimos ahí, bailando como monos en medio de la noche, con ese autobús abandonado detrás, sombras de sombras, demonios menores, fantasmas que aún no saben que son tales” (98). De este modo se configura una imagen estática del pueblo y sus habitantes, lo cual nuevamente hace recordar lo que Bisama afirma en Zona Cero: “todo lo que nos rodea será de un momento a otro carne de museo. Como Fantasilandia, huevón. Atracciones para las masas” (9). En Ruido el narrador lo confirma del siguiente modo: “después nos daríamos cuenta de que nos convertimos en un parque temático, que éramos los árboles de plástico en la maqueta que siempre fue el país. Después, el siglo acabaría. Mientras, vivimos en el pueblo como sus dueños, los héroes de una saga épica escrita con un lápiz invisible en un papel quemado” (95).
6.- Villa Alemana como ciudad anacrónica:
Mosh en el Festival del Fin del Mundo en la Ex Micro, diciembre del 2009
Bisama ya advierte que el carácter mítico de la ciudad está siendo fijado a la manera de un museo, de modo que sus sucesos extravagantes y sus miembros mutantes se estabilizan como elementos constitutivos de una identidad. Por lo tanto, esta suerte de museo reduce la ciudad a meros campos temáticos, distorsionando la memoria que se construye en torno a ella. Esto debido a que cuando se opta por contar su historia oficial, se excluyen otros detalles que de igual modo contribuye a explicarla:
Lo que queda es la versión oficial. Lo que queda es una colección de palabras bordadas sobre una manta de lana que cubre un territorio. Aparece en los libros, tiene su lugar en algún calendario, se le recuerda a diario en las oraciones (29).

Sin embargo, el narrador de Ruido hace un intento por desmarcarse de la versión oficial y tal como señala Nicolás Lazo (2013) la obra es “un ejercicio sobre las posibilidades del lenguaje que se constituye en los símbolos y las palabras; un relato que, simultáneamente, explora hasta donde puede los límites que cercan la configuración de una lengua común”. Por lo tanto, en Ruido se lleva a cabo un relato que intenta rescatar aquellos fragmentos baladíes pero también aquellos significativos, todo con el fin de desmitificar el museo con el que intentan identificar a la ciudad. Así se constata en la siguiente cita:
Pero, mientras recordamos, aprendíamos a narrar, y la luz se filtraba en la mañana de la provincia, abriéndose paso en una niebla que cambiaba la forma de los objetos que habitaban en la memoria, ordenando de nuevo los lugares y las cosas, modificando la velocidad, el modo en que vivíamos dentro del relato de los hechos. (33)

De este modo, a partir de la construcción de un relato del pueblo se afianza su mitificación y consigue ser abstraído del tiempo histórico y político en que se enmarca, pues su funcionamiento particular es percibido como si perdurase indefinidamente. Incluso, esta idea se adelanta en la primera página de la obra: “Creemos en una ley óptica que jamás ha sido descrita: la luz de la provincia chilena se traga el tiempo y deforma el espacio, se come el sonido y lo vomita, destiñe los colores, derrite las formas de todas las cosas” (11). Es como si la provincia chilena, condenada al centralismo del país, no le quedara más que vivir en un perpetuo anacronismo.
7.- Palabras finales:
            Como se planteó en un primer instante, determinar lo propio de cualquier lugar es una tarea riesgosa, puesto que corre el riesgo de relacionar de un modo esencialista ciertos ámbitos temáticos con una determinada localización. Esta lectura ha conducido al reduccionismo de identificar los temas maternales, la violencia de género o el cuerpo con una escritura femenina; o los temas abstractos con una escritura masculina; o bien, como se esbozó en el ensayo, los temas maravillosos y mágicos con Latinoamérica. Este tipo de lectura no hace más que negar la posibilidad a las obras de ser interpretadas desde sus planteamientos más universales que pueden ser compartidas por otros sujetos, inmersos en otros contextos.  Por tanto, precaviéndome de este tipo de interpretación intenté explicar lo villalemanino desde lo que podría tener en común con otras provincias chilenas, y justamente esto era el nomos, concepto que permite dilucidar la forma en que se asientan los pueblos en un lugar y, por consiguiente, la forma en que a partir de este asentamiento construyen la representación de su propia realidad.  
            En Villa Alemana esta representación es mítica, puesto que se insiste en trasladar eventos sumamente locales a contextos más amplios mediante hazañas muy peculiares (no olvidar el reconocimiento del vidente a nivel nacional y el estrellato de La Floripondio a nivel internacional). Esto queda fijado en relatos que narran el mito, el cual según Josep Catalá “está situado en un más allá del tiempo que planea sobre el presente sin nunca acabar de actualizarse”. Es por ello que insistí en que el valor anacrónico de la ciudad radica en su mitificación.

8.- Referencias bibliográficas:
Bisama, Álvaro. Zona Cero. Valparaíso, Chile: Edición del Gobierno Regional de Valparaíso,       2003.

Bisama, Álvaro. Ruido. Santiago, Chile: Alfaguara, 2012. 
 
Borges, Jorge Luis. “El escritor argentino y la tradición”. Obras completas, 1923-1957. Ed. Carlos      V. Farías. Buenos Aires: Emecé Editores, 1974. 202-5  

Carpentier, Alejo. El reino de este mundo. Santiago, Chile: Editorial Andrés Bello, 1949.

Catalá, Josep. “La mirada difusa: formaciones y deformaciones del espacio mítico    contemporáneo”. Revista Análisi 24(2000):55-69.

Espinosa, Patricia. “Ruido”. Las Últimas Noticias [Santiago de Chile]. 7 y 14 Sept. 2012. Impreso

González Echeverría, Roberto. Mito y archivo. Una teoría de la narrativa latinoamericana. México: Fondo de Cultura Económica, 2011.

Jocelyn-Holt, Alfredo. El Chile perplejo. Del avanzar sin transar al transar sin parar. Santiago, Chile: Editorial Planeta, 1996.

Lazo, Nicolás. “El murmullo de la memoria: sobre ‘Ruido’, de Álvaro Bisama”. Letras en línea [Santiago de Chile]. 25 Marzo 2013. Web. 22 de noviembre del 2014. <http://www.letrasenlinea.cl/?p=3405>

Rodríguez, Raúl. “Magia e imperio. Nomos y retórica en el realismo mágico”. Acta Literaria 45(2012):81-100.

Schmitt, Carl. El nomos de la tierra. En el Derecho de Gentes del Ius publicum eu ropaeum. Granada, España: Comares, 2003.

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