En
“La Güera” Cherríe Moraga hace alusión a
los distintos modos en que se manifiesta la opresión no solo en el contexto
chicano, sino que también en el latinoamericano y afroamericano. Esta opresión
se patenta en cuanto existe un “otro diverso” determinado por criterios de
raza, clase social, opción sexual y género. De lo que se desprende de la
lectura del ensayo, la autora precisamente padece la opresión en cada una de
sus manifestaciones en tanto es chicana, de procedencia de clase baja, lesbiana
y mujer. Por lo tanto, denuncia esta opresión apelando a la comprensión sincera
entre todos aquellos que han sufrido algún tipo de violencia motivada por la
discriminación hacia lo diferente, con el fin de acabar con la reproducción de
la opresión emanada desde una sociedad homogeneizada por criterios
patriarcales.
Ahora bien, mi hipótesis consiste en que
la autora realiza su propuesta desde un
feminismo esencialista que asume la experiencia y la practicidad como el único
constructo válido para entender la representación femenina. Rechaza cualquier
tipo de feminismo teórico, pues lo considera incapaz de resolver la opresión
que subyace en cualquier tipo de relación humana en que se instaura la
diferencia. Con esto, Cherríe Moraga se instala en un debate aún abierto, cuya
disputa consiste en la tensión que se establece entre teoría y práctica en el
instante que se plantea un problema complejo. Ante esto, refuto el
proyecto esencialista de la autora de “La Güera”, en tanto que si se parte del
supuesto que la realidad se construye discursivamente, no me queda más que
defender la necesidad de desarrollar un feminismo teórico para combatir la opresión
desde las representaciones discursivas que se tienen de los elementos que
suscitan dicha opresión. Por lo tanto, expondré
argumentos que respaldan la pertinencia de un feminismo teórico para cuestionar
las distintas dinámicas de opresión que se generan en torno a la diferencia, a
la vez que se advertirán los riesgos que implica una postura esencialista, en
cuanto reduce a los sujetos a un mero compendio temático de cualidades estables
y perfectamente caracterizables.
De este modo, me propongo los siguientes
objetivos: demostrar que la postura planteada en “La Güera” puede ser matizada
por un feminismo teórico, ya que sus fundamentos permiten detectar y
problematizar las distintas relaciones de subordinación que se despliegan en la
sociedad, a partir de un cuestionamiento sobre el propio lenguaje con el que
designamos e interpretamos nuestra realidad. En segundo lugar, me propongo
evidenciar que el feminismo esencialista no es suficiente para explicar y
resolver la subordinación y cualquier tipo de opresión, tampoco es suficiente
para ejecutar un proyecto democrático feminista, puesto que desconoce la
heterogeneidad del sujeto en tanto que le atribuye conceptos que le definirían
su naturaleza y determinarían sus funciones sociales, justamente por ese
imperativo de la naturaleza. Como se puede inferir de ello, ese intento es
infausto, puesto que se encierra y reduce en ideas fijas la complejidad de los
individuos, tal como habitualmente ocurre con la arbitraria vinculación que se
da entre la figura femenina con la identidad latinoamericana.
1.- Caracterización
del feminismo que se desarrolla en “La Güera”: experiencia y esencialismo:
A lo largo de este texto intentaré
referirme analíticamente a cada uno de los puntos que se señalan en el siguiente
fragmento, puesto que es ahí en donde se sintetizan los argumentos principales que
se sostienen el ensayo de Moraga, con los cuales no estoy de acuerdo y que, por
tanto, pretendo contrargumentar sirviéndome de lo que ya se ha dicho desde el
feminismo teórico.
El peligro radica en alinear estas opresiones [de
clase, etnia, condición física y sexual]. El peligro radica en no ser capaz de
reconocer la especificidad de la opresión. El peligro radica en tratar de
enfrentar esta opresión en términos meramente teóricos. Sin una envoltura
emocional sentida en el corazón que surja de nuestra opresión, sin que se
nombre al enemigo que llevamos dentro de nosotras mismas y fuera de nosotras,
ningún contacto auténtico no jerárquico
entre grupos oprimidos puede llevarse a cabo (21)
Comenzaré
estableciendo el tipo de feminismo desde el cual Moraga habla y que como ya se
ha anticipado, corresponde a uno basado en la experiencia, que revalora lo
práctico, lo sensorial y lo corpóreo. Asimismo, tiene como urgencia determinar
lo específico de la opresión femenina. Ya esta voluntad por encontrar una
especificidad sobre algo da pistas de un feminismo esencialista, en el que se
pretende hallar una “autenticidad de lo femenino” (Richard 735) mediante una
experiencia no mediada por categorías discursivas y simbólicas. De este modo,
en el feminismo esencialista la experiencia es revalorizada en tanto que
funciona como “la base material-corporal que sustenta un conocimiento
vivenciado desde la naturaleza (cuerpo) o desde la biografía (vida): un
conocimiento no mediatizado por la ideología de la razón, un conocimiento
in-mediato” (Richard 735). De ello se desprende que hay una oposición radical
ante el feminismo teórico, en cuanto que la producción teórica es
inmediatamente asociada a la experiencia masculina occidental, y por tanto,
contribuye a reproducir “la censura mantenida durante siglos por el dominio
conceptual del Logos (masculino) sobre la cultura del cuerpo y del deseo que
asocia naturalmente lo femenino a lo subjetivo y a lo afectivo, al yo personal”
(Richard 733). Es así como desde un feminismo de la experiencia se acusa al
feminismo teórico de mantener una relación cómplice con “la alianza falocrática
entre el poder de la raz6n y la razón como poder” (Richard 733), de manera que
se propone luchar contra cualquier intelectualización por catalogarla como una
actividad reproductora de un ordenamiento patriarcal. Esto se ilustra varias
veces en el ensayo de Moraga, toda vez que justifica el valor de la experiencia
en sí misma, incurriendo en tautologías cuando valida una experiencia vivida solo
por quien puede vivirla de un modo determinado. Así, en el episodio que la
autora comenta a un homosexual que él es incapaz de entender qué es ser mujer
por el solo hecho de no serlo, se está esencializando una experiencia: “tú no
eres una mujer; sé mujer por un día para que entiendas la base de mi
desconfianza” (Moraga 22).
Así
pues, el feminismo esencialista le recrimina al teórico incurrir en una hipertextualización del cuerpo y la
sexualidad, puesto que le inculpa defender la construcción de lo real como un
“puro artefacto discursivo”, lo cual implicaría concebir, por un lado, a la
mujer solo dentro de los límites de la lingüística; y por otro, a la diferencia
sexual como algo totalmente independiente de la corporalidad biológica. A
partir de esto, es entendible que las feministas esencialistas se cuestionen qué denunciaría el feminismo,
entonces, bajo estas condiciones tan relativizadas “si no hay una exterioridad al
discurso donde comprobar y denunciar la violencia material del poder masculino”
(Richard 735). Pero puestos en estos términos, es fácil prejuzgar cualquier
cosa si se parte haciéndolo desde un esencialismo que reduce al absurdo
cualquier categoría que intenta explicar una realidad. Es por ello que el
feminismo teórico no tarda en ser caracterizado como una corriente que trabaja
el lenguaje y el discurso casi de un modo fetichista, pues hipertextualizaría,
deconstruiría y relativizaría la experiencia sin siquiera proponer modos de
vida alternativos y combatientes contra la hegemonía de lo masculino. En fin,
el feminismo teórico es puesto como un peligroso divertimento, pues como
escribe Moraga: “solo nos aislará en nuestra propia opresión, nos apartará más
que radicalizarnos” (22).
2.-
Contrargumentos para un feminismo esencialista:
2.1.- El rechazo
del silencio como arma de combate:
No sería extraño, entonces, que en un
feminismo anti teórico se defienda el silencio como otro mecanismo válido para evitar
reproducir un sistema de valores construido en una sociedad falocéntrica. Ello
debido a que el silencio es revalorado como el instante en que se revela un
conocimiento pre-discursivo otorgado por la experiencia, de modo que se entrevé
la creencia de que efectivamente se puede alcanzar una experiencia genuina que
permite mostrar una verdad sin mediatizaciones. Esta creencia que tiene
consecuencias sumamente antidemocráticas, es también insostenible en sí misma,
puesto que es imposible comunicar cualquier realidad si se pretende superar un
sistema de signos que hace inteligible la experiencia humana y, justamente por
ello, propicia dentro de sus límites la posibilidad de una eventual
comprensión, la misma que, paradójicamente, Moraga aspira en "La güera". De este modo, cuando
la autora señala que su lesbianismo “es la avenida que me ha permitido
comprender mejor el silencio y la opresión, y sigue siendo el más claro
recordatorio de que no somos seres humanos libres” (21), está diciendo que la
experiencia de encarnar un otro oprimido es suficiente antecedente que le
garantiza tener una mayor capacidad de comprensión, sin tener la necesidad de
explicar nada y de solo callar. Asimismo, esta suerte de revelación está dada
una vez que al reconocer su lesbianismo, la autora revive “una profunda liga
con mi madre. No fue sino hasta que reconocí y confronté mi propio lesbianismo
a flor de piel, que sentí una estrecha identificación con mi madre, con su
opresión por ser pobre, sin educación y chicana” (21). Estas declaraciones se
relacionan estrechamente con la idea de que a partir del vínculo simbólico con
la madre se retorna a un origen desprovisto de cualquier representación
masculina que le es ajena a la mujer. Por lo tanto, a partir de esa
rememoración del origen sería posible capturar una feminidad originaria y
eventualmente la especificidad del ser mujer, la cual, como se insinúa a partir
del feminismo esencialista, sería la maternidad. De este modo se pone en
práctica el intento por reivindicar “la pre-simbolicidad del cuerpo como zona
anterior al corte lingüístico y a la legislación paterna del signo” (Richard
740), lo cual ha conllevado a que muchas feministas re-esencialicen “el yo de la mujer bajo el sello mítico de una fusión
originaria con la madre” (Richard 740).
Sin embargo, ante este imponente
ejercicio de re-esencialización ejecutado bajo una suerte de silencio
comprensivo, Moraga esboza la necesidad de “un lenguaje nuevo, palabras mejores
que puedan describir de manera más cercana los miedos de las mujeres y la
resistencia de una hacia la otra; palabras que no siempre suenen a dogma” (22).
Y esta necesidad de elaborar un nuevo lenguaje no es más que una proyección
hacia un feminismo teórico, lo cual demuestra que no es posible rechazar, en
ninguna postura que pretenda ser crítica, el cuestionamiento sobre el propio
lenguaje que se utilizará para valorar la realidad que se pretende escudriñar.
2.2.- La
necesidad de explicar la experiencia mediante herramientas teóricas:
Es
así entonces como se advierte la necesidad de acoger una postura teórica para
recién poder partir desde lo fundamental: comprender más allá de la experiencia
los modos en que opera la opresión sobre el sujeto femenino, con el fin de ser
capaces de identificar en otras experiencias los modos en que dicha opresión
opera. Como ya he anticipado, la confianza plena en una experiencia que se
explica por sí sola implica que se establezcan vinculaciones naturales entre
ciertos conceptos (como Latinoamérica, lo corporal, el sentimiento, la
naturaleza) con ciertas identidades (la femenina), lo cual no contribuye de
ninguna manera en evidenciar el meollo de la problemática de la opresión: es
más, la estaría consolidando mediante lo que Rodríguez denomina una “retórica de
la inocencia” (90). Esta retórica también se da cuando se intenta definir la
identidad latinoamericana a partir de la estética del realismo mágico, como bien lo sugerí en la publicación anterior, según el
cual solo en Latinoamérica se dan hechos maravillosos, imprevistos y originales
que favorecen a una escritura que no tiene necesidad de forzar situaciones
surrealistas, puesto que se tienen los materiales allí afuera, en la propia
realidad. Por lo tanto, situar a Latinoamérica desde lo virginal, indomable y
mágico es un acto encubridor de la violencia que predomina en el continente.
Porque en realidad no hay ningún misterio en la condición latinoamericana, sino
más que opresión y violencia por parte de las fuerzas civilizatorias. Así, al
establecer esos conceptos que definirían una esencia, inmediatamente se traza una
distancia con la diferencia de aquello que se define, y se le identifica de un
modo fijo con aquellos conceptos que se les atribuye. En el caso de
Latinoamérica, y que también opera perfectamente en la opresión femenina, la
retórica de la inocencia se asume como una ideología que “en nombre de la
civilización, reconoce la necesidad de una violencia que debe inscribirse sobre
aquellos que, si desean alcanzar el progreso, indefectiblemente han de
someterse al poder global de occidente, al avance del sistema-mundo” (Rodríguez
90). Por lo tanto, desentrañar el modo en que se aplica esa retórica, incluso
en los feminismos que se muestran más fervorosos en combatir el patriarcado, es
una tarea teórica, puesto que se cuestiona el mismo discurso con el que se
interpreta una realidad compartida.
La
reticencia de las feministas de la experiencia por entregarse a este trabajo teórico
se resume en lo que señala Mouffe:
Muchas feministas creen que, si no contemplamos a
las mujeres como una identidad coherente, no podremos sentar las bases de un
movimiento político feminista en el cual las mujeres podrían unirse como
mujeres para formular y perseguir objetivos específicamente feministas (370)
Ante
esta aversión de las feministas por desligarse de un esencialismo, comparto la
visión que Mouffe argumenta en contra esa postura, según la cual valora como
condición necesaria la desconstrucción de las identidades esenciales para
conseguir “una comprensión adecuada de la variedad de relaciones sociales donde
se habrían de aplicar los principios de libertad e igualdad” (370). Asimismo,
advierte que
Sólo cuando descartemos la visión del sujeto como un
agente al mismo tiempo racional y
transparente para sí mismo, y descartemos también la supuesta unidad y homogeneidad
del conjunto de sus posiciones, tendremos posibilidades de teorizar la
multiplicidad de las relaciones de subordinación (370)
Y justamente ese
es el objetivo central de un feminismo que se proponga velar por que la mujer
se realice plenamente en su ámbito público y privado, sin ningún tipo de
obstáculos que la limiten en la realización de su proyecto de vida por su
condición biológica, económica, étnica y de opción sexual.
De este modo, creo que el feminismo
que propugna Moraga efectivamente necesita de una vertiente teórica que
contribuya a la realización consistente de su crítica. De hecho, la misma
autora lo advierte, quizá contradiciéndose con lo que plantea en la tesis de su
ensayo, cuando afirma que “Todo el tiempo sentí la diferencia, pero no fue sino
hasta el momento en que puse las palabras ‘raza’ y ‘clase’ junto a mi
experiencia, que pude entender mis sentimientos” (23). De este modo, necesita
servirse de conceptos teóricos como ‘raza’ y ‘clase’ para poder explicar la
propia experiencia que padece. En la siguiente cita nuevamente la autora
delata, no intencionalmente tal vez, la necesidad de cuestionar la forma que
circulan los discursos en torno a la identidad femenina. Así advierte, tal como
se ha denunciado desde un feminismo no esencialista, que
El grueso de la literatura de este país refuerza el
mito de que lo oscuro y lo femenino es maligno. Consecuentemente, cada una de
nosotras –sea oscura, mujer o ambas- ha
internalizado en alguna medida esta imaginería opresiva. Lo que el opresor
consigue, muchas veces, es simplemente exteriorizar sus miedos, proyectándolos
en los cuerpos de las mujeres. Asiáticos, homosexuales, inválidos, cualquier
que parezca más “el otro”. (25)
Como se puede constatar, la autora
también identifica la puesta en marcha de una retórica de la inocencia que
anteriormente anuncié. Sin embargo, luego de constatar este asunto fundamental
vuelve a insistir en un esencialismo que
dificulta cualquier intento por combatir el nivel más profundo de la opresión,
el cual consiste en un nivel discursivo pues es a partir de él que se
configuran las formas de desenvolverse en sociedad.
Ahora bien, consultando el
significado etimológico de la palabra “teoría” obtengo otra pista de porqué se
insiste tanto en rehuirla, así como también porqué es necesario adoptarla. Pues
bien, según Gadamer la palabra ‘theoría’ deriva de ‘theoros’ que significa
el que participa en una embajada festiva. Los que
participan en esta clase de embajadas no tienen otra cualificación y función
que la de estar presentes. El ‘theoros’ es, pues, el espectador en el sentido
más auténtico de la palabra, que participa en el acto festivo por su presencia
y obtiene así su caracterización jurídico-sacral, por ejemplo, su inmunidad
(169)
En
una primera lectura, se puede deducir que en un sentido moderno la teoría es
rehuida porque implica no involucrarse con ninguna causa más que analizarla
desde su abstracción conceptual, de lo cual –apresuradamente se piensa- no
resulta ninguna solución concreta. Claramente esta es una lectura un tanto
estereotipada, pero lo importante es rescatar la reivindicación de la teoría como
una verdadera participación, pues implica un padecer, “un sentirse arrastrado y
poseído por la contemplación” (Gadamer 170).
Esto es un requisito fundamental para comenzar cualquier tipo de crítica
desde el feminismo. Si Cherríe Moraga hubiese considerado esta acepción de
“teoría” no la rechazaría para postular sus ideas, puesto que justamente
describe su experiencia de ser mujer desde una postura que padece, tal como se
aprecia en la siguiente cita: “La alegría de verse como una chica blanca no es
tan grande, desde que me di cuenta de que puedo ser golpeada en la calle por
lesbiana. Si mi hermana es golpeada por negra, se puede aplicar el mismo
principio” (Moraga 21).
Por
lo tanto, es totalmente perentorio para la conciencia feminista que tome en
cuenta el lenguaje y el discurso para rebatir tanto la dirección tautológica
que se le ha dado a la idea de experiencia, sobre todo en los fragmentos
señalados del ensayo de Moraga, como también “la metafísica de una identidad originaria -fija y permanente- que
ata deterministamente el signo ‘mujer’ a
la trampa naturalista de las esencias y de las sustancias” (Richard 734). Esta
necesidad se explica en tanto que para realizar una crítica feminista se debe
examinar el lenguaje
en sus supuestos ontológicos y criticar esos supuestos en sus consecuencias
políticas, ya que son ellos los que deliberadamente confunden hecho (naturaleza)
y valor (significación) para frustrar todo impulso transformativo haciéndonos
creer que "La biología es el destino" ( Richard 734)
De
este modo nuevamente me hago eco de lo que sostiene Richard con respecto a la
necesidad de llevar a cabo un feminismo fundamentado en la teoría:
La teoría es lo que forma consciencia acerca del
carácter discursivo de la realidad en cuanto realidad siempre intervenida por
una construcci6n de pensamiento que la designa y por una organización de
significados que la nombra. Pero la teoría es también lo que le permite al sujeto
transformar esa realidad dada como natural al abrir los signos que la formulan
a nuevas combinaciones interpretativas capaces de deshacer y rehacer sus
trayectos conceptuales, de desordenar los marcos prefijados de comprensión y de
reinventar nuevas reglas de inteligibilidad de lo natural y de lo social. Para
el feminismo, renunciar a la teoría seria privarse de las herramientas que nos
permiten comprender y modificar a la vez el sistema de imágenes,
representaciones y símbolos, que componen la lógica discursiva del pensamiento
de La identidad dominante. Seria contribuir pasivamente a que sus mecanismos
significantes permanezcan incuestionados. (734)
2.3.- La
necesidad de cuestionar el esencialismo feminista:
Ya Chantal Mouffe advierte en su
texto “Feminismo, ciudadanía y política democrática radical” que el
esencialismo ha sido criticado desde corrientes de pensamientos diferentes
entre sí, como por ejemplo desde el trabajo de autores como Derrida, Wittgenstein, Heidegger, Dewey, Gadamer,
Lacan, Foucault, Freud y otros. Las ideas que estos autores han aportado al
debate han contribuido a elaborar una política feminista inspirada en “un
proyecto democrático radical” (Mouffe 370). Ello en respuesta al esencialismo
que irremediablemente “conduce a una visión de la identidad que no concuerda
con una concepción de democracia plural y radical y que no nos permite
construir la nueva visión de la ciudadanía que hace falta para aplicar tal
política” (Mouffe 370). Ahora bien, ¿por qué sostengo que en “La Güera” subyace
un esencialismo? Pues bien, porque la autora en reiteradas ocasiones se refiere
a una identidad que está dada indefectiblemente por condiciones de raza, clase
y sexo. Es así como constantemente autoriza su voz como la más apropiada para
hablar sobre la opresión porque ya está determinada para sufrirla. Como por
ejemplo, en un momento confiesa que “lo que primero me motivó a trabajar en una
antología de mujeres radicales de color fue el profundo sentimiento de que
tenía yo una valiosa e íntima aportación que hacer en virtud de mi nacimiento y
mis antecedentes” (Moraga 23). Como se aprecia, justifica sus circunstancias de
nacimiento y antecedentes como bases suficientes para poder reunir la voz de
mujeres de color en una antología. Vale decir, que con el solo hecho de ser
chicana, mujer y lesbiana Moraga está autorizada para incluso establecer un
canon de “la diferencia”. Este mismo fenómeno ocurre en la crítica literaria
latinoamericana, en donde se establecen las obras que serán parte del archivo
latinoamericano y son seleccionados en base a si son capaces o no de dar cuenta
de una identidad latinoamericana. De modo que tanto la esencialización llevada
a cabo por Moraga como el ejercicio de la crítica literaria está articulada “a partir
de una violencia, una violencia archivadora que designe, mediante definiciones,
qué incluir y qué excluir” (84). Por lo tanto, ya se puede advertir el riesgo
demasiado grande de adoptar un esencialismo por la falta de reflexión teórica,
ya que se puede ser cómplice de lo mismo que se está intentando combatir.
La bacanal de los andrios (Tiziano). Encuentre la mirada femenina cómplice |
Es de este modo como a partir de la
esencialización se establecen categorías fijas y perfectamente identificables
como “lo femenino, lo latino, lo juvenil, lo homosexual, lo étnico, etc.” (Richard
743). Específicamente para el feminismo, esta conducta va en desmedro de lo que
se plantea como movimiento, puesto que reduce en identidades fijas la
experiencia femenina, limitándola a conceptos que no necesariamente le
corresponde y homogeneizando la figura femenina en un estereotipo falaz.
De este modo, el esencialismo
“interfiere con la construcción de una alternativa democrática cuyo objetivo
sea la articulación de distintas luchas ligadas a diferentes formas de opresión”
(Mouffe 370). Por lo tanto, es fundamental que la crítica al esencialismo se
conduzca por el abandono de la idea que concibe al sujeto como una entidad
transparente y homogénea. Es imposible seguir reduciendo a categorías fijas y
delimitables la heterogeneidad contingente que define la identidad de cada
individuo. De modo que cualquier identificación fácil de la figura femenina con
la naturaleza, lo desconocido, la otredad radical, lo sensorial y lo corpóreo
constituirá un acto prejuicioso que incluso desde dentro del feminismo se ha
desplegado, como se ha podido constatar en “La Güera”. Asimismo, la razón por
volver a vaciar el feminismo de cualquier tipo de esencialismo estriba en que “el
sujeto se constituye a partir de una dialéctica de inestabilidad/fijación de
sentidos, la cual sólo es posible porque la estabilidad no está dada de
antemano, porque ningún centro de subjetividad precede a las identificaciones
del sujeto” (Mouffe 370). Esta idea hace superar definitivamente la creencia de
que lo femenino es un contenido de identidad ya dado, y que a partir de esta
superación se pueda “llamar la atención sobre la materialidad discursiva de los
mensajes que la ideología cultural dominante busca transparentar para hacernos
creer que sus significados han sido fijados de una vez para siempre” (Richard 743).
A partir de este reconocimiento, Cherríe Moraga confiesa que“la mayor parte de mi
vida, por el simple hecho de que me veo blanca, me identifiqué y aspiré a tener
valores blancos, y que rolé la ola de aquel privilegio de California del Sur,
tanto como mi conciencia me lo permitió” (27). Esta cita es ilustrativa sobre
cómo operan las construcciones identitarias a partir de los criterios esencialistas
que las constituyen.
Por último, es preciso destacar que
si bien Cherríe Moraga hace de vez en cuando afirmaciones esencialistas,
también es consciente de que el género es una construcción cultural que “la
ideología patriarcal ha ido naturalizando” (Richard 735). No se hace cargo de
desnaturalizar la definición de género, pero sí expresa su destemplanza por
estar determinada en base a criterios de raza, sexo y clase: “Yo fui educada,
pero, más que eso, yo era ‘la güera’ –la de la piel clara. Nacida con las
facciones de mi madre chicana, pero con la piel de mi padre anglo, la vida
sería fácil para mí” (Moraga 20). Por lo tanto, desmontar el esencialismo en el
feminismo es perentorio en tanto que permite reelaborar “nuevas marcas de
identificaci6n sexual según combinaciones más abiertas que las antes seriadas
por la norma de socializaci6n dominante” (Richard 735).
3.- Palabras
finales:
En el fragmento de “La Güera” que al
comienzo de este texto destaco como el que reúne la postura principal de
Cherríe Moraga que refuto, está contenida la siguiente idea: que hay un peligro en alinear las opresiones
consistentes en clase, etnia, condición física y sexual. Sin embargo, una vez aclarado
el hecho de que estos constructos no deben ser pensados de modo esencialista es
posible realizar un proyecto común que consiste en articular las demandas de
las mujeres, los negros, los trabajadores, los homosexuales, etc. con el fin de
establecer vínculos históricos y contingentes que puedan existir entre ellos y que los relacionen en cuanto al
modo que la opresión opera sobre ellos. De esta manera, se conseguiría la
ansiada articulación que la misma autora de “La Güera” persigue: “El verdadero
poder, como tú y yo lo sabemos bien, es
colectivo. Yo no puedo soportar tenerte miedo ni tú a mí. Si para ello se
requiere un choque de cabezas, hagámoslo. Esta refinada timidez nos está matando”
(28). Por lo tanto, consiguiendo conformar una comunidad entre los distintos
grupos subalternos se podría hacer resistencia, desde la permanente reflexión
teórica, al ordenamiento falocéntrico de la sociedad occidental. De este modo,
poco a poco se iría superando la relevancia de la diferencia sexual,
convirtiéndose finalmente en un aspecto no pertinente para la configuración de
las relaciones humanas. Esta propuesta es planteada por Chantal Mouffe cuando
establece las bases para su conocida democracia radical. Justamente esta
propuesta se hace posible cuando se toma en cuenta “la articulación de un
conjunto de posiciones de sujeto, correspondientes a la multiplicidad de las
relaciones sociales en que se inscribe” (Mouffe 371). Por lo tanto, este
planteamiento podría funcionar como una solución tentativa a la múltiple
opresión que Moraga dice padecer en su ensayo: debido a que es un individuo
complejo, que se desenvuelve en distintos ámbitos sociales y en diversas
búsquedas personales, encarna más de una identidad de las que comúnmente se le
atribuye como mujer, y por tanto, sufre más opresiones de las que se les
reserva particularmente a las mujeres.
Por lo tanto, el feminismo se
plantearía como una “lucha en contra de las múltiples formas en que la
categoría “mujer” se construye como subordinación” (379). Como he insistido a
lo largo del ensayo, dicha lucha se debe efectuar desde un cuestionamiento
teórico, pues es así como se puede derribar el esencialismo que propende a
situar en categorías estables y fijas a las heterogéneas identidades. De hecho,
una de las improntas más dañinas que se ha heredado del esencialismo en el
ámbito literario es el hecho de que se piense que hay una escritura propiamente
femenina, en el que se abordan temas que solo le conciernen a las mujeres, asociándole
problemáticas como lo corpóreo, lo sentimental, lo irracional y excluyéndolas
de la reflexión abstracta, del discurso científico, lo cual ayuda a que se siga
afianzando una imagen estereotipada de su individualidad.
4.- Referencias
bibliográficas:
Gadamer, Hans-George. “II. La ontología de la obra
de arte y su significado hermenéutico”. Verdad
y método. 1960. Salamanca: Sígueme, 1993. 143-181.
Moraga,
Cherríe. “La Güera”. Trad. Ana Castillo y Norma Alarcón. Esta puente, mi espalda. Voces de mujeres tercermundistas en los
Estados Unidos. Ed. Ana Castillo y Cherríe Moraga. San Francisco: Editorial
Ismo, 1988. 19-28.
Mouffe,
Chantal. “Feminismo, ciudadanía y política democrática radical”. Feminists
Theorize the Political. Ed. Judith Butler and Joan W. Scott. New York: Routledge, Chapman and Hall, 1992.
369-380. Impreso
Richard,
Nelly. “Feminismo, experiencia y representación”. Revista de Crítica Cultural 62(1996): 733-744. Impreso.
Rodríguez,
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