La
intención inicial era tomar un relajo vaciando completamente la mente en
algunas de las saunas del Centro Integral del Placer. Mientras lidiaba con el
tedio de los días, él estuvo toda la semana fantaseando con esta idea,
imaginándose tumbado en medio de la sauna más húmeda y caliente. Pero ahora que
está allí, inhalando todo el vapor de una Amazonía artificial, no logra
abandonarse. Aprieta los ojos, arruga la frente, aguanta la respiración, no
puede, son demasiadas imágenes que se confunden con palabras sueltas. Quiere
relajarse y…pucha… no puede. Primero le asalta la culpa por haber pagado tanta
plata en esto sin siquiera poder relajarse; luego, pasa a preocuparse por las
multas que está acumulando su auto en el parquímetro; por último, comienza a
pensar en porqué se puso esa zunga tan chica que le aprieta todo y que no le
permite disimular nada: fuera del sauna habían demasiados estímulos, como por
ejemplo, redondeces blancas y blandas rebotando a cada paso, entrepiernas
cálidas rosándose, vientres sudados, trajes de baño apretando espaldas, cuellos
lisos y suaves por donde rodaban gruesas gotas de agua tibia y salada hasta los
pechos de mujeres que se contoneaban por los corredores del Centro.
Una
de ellas entra adormecida a la sauna amazónica. Se deja caer en el mismo banco
donde él se encuentra desvanecido. Se estira arqueando exageradamente su
espalda, mientras bosteza con su carnosa boca abierta. Él la ve entre el denso
vapor que la envuelve como una epifanía. Con esta aparición él logra por fin
poner su mente en blanco, pues toda su sangre ahora se le ha ido abajo. Otra
vez su calzoncillo no puede disimular nada. Ella lo mira fijamente, se acerca hasta rozar su
hombro. No me habrá visto aquí, piensa él tratando de tranquilizarse, me debe
haber rozado por pura torpeza. Pero ella sigue inclinándose hacia él, siempre
con su mirada fija. Siente cada vena de su cuerpo palpitar. Su pequeña zunga no
da abasto. Parece romperse cuando ella por fin rosa su tórax con sus propios
pezones rosados. Pero cómo ha sucedido esto, se pregunta sin palabras mientras
ella sigue meciéndose contra su cuerpo. El calor es insoportable. De la
combinación de la transpiración fría con el vaho resulta un pesado aire
mentolado. Él lo respira a bocanadas, siente que le falta el aire. Teme que en
cualquier momento su corazón colapse, pero igual deja que la mujer siga
frotándose contra él. A cada movimiento el calor entra en los pliegues más
escondidos del cuerpo. A él le parece increíble que ella aún pueda moverse con este
calor selvático. Por fin, la mujer se arrodilla y entre sus piernas lo envuelve
con su boca carnosa. Lo lame lentamente. La saliva gotea y cuando llega al
suelo se evapora. El calor es insoportable. La piel ya no resiste ningún roce
más, siente su nariz que se le derrite como un caucho sobre el resto de la cara, mientras implora que por favor nadie entre al sauna. Qué pudor. El calor es
insoportable. Quién es esta que se le
ha metido entre las piernas. Comienza a sentir que un cubo de hielo le pasa por
el esófago hasta llegarle al diafragma, la respiración se le detiene. Pero es
que el calor es insoportable y ya no deja aire. Piensa que debe salir ahora
mismo de la sauna si no quiere morir aquí de un paro, con una mujer desconocida entre las
piernas. Pero es que si sale ahora mismo todos le verán lo que el calzoncillo
ha tratado de esconder todo este tiempo en vano. Traumas infantiles. Cualquier cosa menos volver a pasar ese bochorno. Todo menos eso. Salir
del sauna y volver a respirar, la puerta de
salida está a pasos, qué alivio, pero con un gran bulto entre sus piernas, no
por favor, prefiere aguantar un minuto más, a ver si su sangre se puede redistribuir
por otras partes del cuerpo. Un minuto no es nada, y ella ya parece terminar de
mover su lengua, un minuto más...
Demasiado tarde.
Solo un latido más de resistencia
y él ha muerto de vergüenza.