Estación Puerto. Se
inicia el cierre de puertas.
Es una de esas tardes cálidas de invierno y Mariana recuerda
lo que una vieja amiga le dijo una vez: no hay cosa más insoportable que estar
triste en un día despejado. Pero es que en realidad, el paisaje de la ciudad no
ayuda mucho a estar de otra manera. En cada uno de sus mínimos rincones hay
algo esparcido de él: por allí va cruzando calles con su paragua negro, más
allá se confunde con los peatones de la avenida y vuelve a aparecer en la cara
de cualquier hombre, porque todos los hombres podían parecérsele, porque él era
todos los hombres en uno. La sombra de alguien a quien nadie conoció nunca.
Estación
Bellavista.
Mariana ha vivido siempre en la misma ciudad, pero que, a lo
largo de su vida, ha sido muchas distintas. Nada tiene que ver aquella ciudad tornasol
que recordaba en su infancia con la de hace un año. Y hoy, por culpa de este hombre
vulnerable como el cielo a punto de romperse a llover, Mariana se ha quedado
sin ciudad. Se ha quedado huérfana, ajena hasta al mar que hoy se presenta más
indiferente que nunca.
“Me gustas cuando
callas, porque sí nomas”. Un grafiti que le gusta leer cuando el tren pasa por
ahí. Uno de los pocos consuelos que la ciudad ha olvidado destruir.
Estación Francia.
Sea lo que fuere que estuviese haciendo, Mariana siempre se
detiene aquí a escrutar el desfile interminable de personas entrando y saliendo
del tren. Podría subirse él. Pareciera que mientras más se esfuerza en
invocarlo, más se pierde. Pareciera que desde aquel día hubiese dejado de
existir, aunque parece que en verdad nunca existió.
Estación Barón.
En esta tarde cálida de invierno donde se puede ser
perfectamente feliz, no hay lugar para Mariana. Qué crueles le parecen esos
amigos que se encuentran en el convoy y se saludan alegres, o las familias
paseando con ese aire satisfecho de saberse protegidas ante cualquier imprevisto.
La única palabra que puede explicar esa sensación ni siquiera la puede
encontrar en español. “Disagio”, que
en italiano significa algo así como sentirse incómodo en una situación, es la
que mejor calza para su estado y no tanto por su definición, sino más por su
sonido que le evoca el gesto de un desprecio cargado de rechazo a pertenecer a algo.
Estación Portales.
Debe bajarse. La invitaron a tomar once, pero nadie la
espera en verdad en ninguna parte. Desea continuar entregada a esta única
manera de estar en un no lugar, dejándose llevar por el vaivén de los
durmientes que le quitan la obligación de tener que decidir algo. Desata el
caudal de monólogos internos que a la hora de verbalizárselos a cualquiera
habría sido incapaz de hilar siquiera una frase coherente. Podía tener las
ideas más geniales, pero al momento de demostrarlas desperdiciaba la
oportunidad diciendo cualquier cosa, menos lo que quería.
Estación Recreo.
El cielo enrojecido y por la ventana del tren el puerto se va
alejando. Una luz reverberante embellece tristemente la bahía. Lo bello y lo
triste. Una mezcla fulminante. Todos a quienes Mariana ha visto hasta ahora se
han mostrado demasiado indolentes a esa mezcla. Si la realidad fuera justa, debiera
comenzar a sonar “Almost Blues” antes de que el tren entre al bostezo de la
tierra.
Estación Miramar.
Cuando se fija en el rostro irritado de la pasajera de al
frente, de unos 50 años, Mariana se da cuenta de que su tristeza de esa tarde
no era más que una variante de algo parecido a la felicidad. Y se le desborda
de una manera tan extraña que llega a sentir vergüenza. Olvidaba que ante una
mayoría gris es un despropósito tener un regocijo propio, y que por ello lo
natural era recibir las miradas de reproche de esos rostros severos.
Estación Viña del
Mar.
Una felicidad que se parecía a los sollozos que quedan atragantados
en el pecho después de ser consolado el llanto. El intento de encontrar fuera
de sí algún punto de consuelo. La certidumbre de no conocer a alguien capaz de
ser cómplice de esta felicidad triste. La certidumbre del reproche.
Estación Chorrillos.
Desconsuelo de huérfana. Sobre las colinas, siluetas de
árboles recortándose en un cielo anochecido. Cajitas de fósforos colgando en
los cerros dormidos como dinosaurios. Las luces naranjas de los faroles
desgranándose unas tras otras. Una lágrima gruesa y certera cortando su
mejilla.
Estación El
Salto.
Un hombre joven con su cuerpo recorrido de espasmos eléctricos.
Sus manos las apoya en la baranda como cuando se logran unir dos imanes de
polos opuestos. Se planta como puede al medio del convoy y dice que quiere
cantar, pero sin más se pone a recitar un poema. Sus palabras se enrollan en sí
mismas. Suenan como una terrible confesión de un niño atrapado en otro cuerpo.
Se le oye decir “juego mi vida, cambio mi vida, de todos modos la llevo
perdida”. El resto es confuso, pero es suficiente consuelo para Mariana. Sin
mirarlo lo escucha, atrapándose más en su voz dificultosa que en el contenido
de sus palabras. Porque eran como el llanto de una ola que nunca reventaba y
dentro de ella, la persona más sola del mundo.
Cuando terminó de recitar, el muchacho fue por cada puesto
recibiendo monedas. Mariana aprovecha de mirarle minuciosamente los pies para
comprobar si solo era un buen actor. Pero era un real enfermo. Como nunca,
Mariana saca de su bolsillo una moneda. Y al alzar su vista para dársela, se
encuentra con la boca del chico acercándosele para darle un beso.
No gracias, está bien así, dice turbada. El muchacho se
retira y al recibir la moneda de la pasajera cincuentañera del asiento de al
frente, repite el gesto de darle un beso. Esta vez, la señora irascible lo
abraza con una efusividad exagerada, como reprochándole a Mariana haberle
negado el beso. Y el muchacho se vuelve a plantar al medio del convoy como para
decir un nuevo poema. Pero en vez de eso, mirando fijamente a Mariana, grita:
muchas gracias a todos los que me recibieron, y los que no, se pueden ir a l I
n f i e r n o.
Revientan los aplausos como si hubiera acabado un juicio que
ha fallado en contra de un culpable.
Y a Mariana no le queda más que tragarse las lágrimas en una
risa frenética, pues ¿acaso sería
necesario bajarse en la estación El
Infierno si ya se encontraba en él?
Claramente este texto no ha terminado y una vez terminado, debiera ser puesto en cada estación...
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