Desde
la escollera de la colina
Se
divisa una i griega azul.
Alrededor
de ella
Corretean
las mangostas tras los lagartos
En
un vals de fugaces pasos,
Y
los puercos embaucan al ingenuo alazán
Con
mirtos y manzanas.
Negocian
los buitres,
La
hiena se escarba el lomo entre las piedras
Que
van cubriendo una a una
El
pie de la i griega azul.
Sin
que se inmute
Le
crecen árboles milenarios,
Escamas
que la visten de lapislázuli y tornasol
Y
durmiente es mecida por el viento
Como
despidiendo al halo del sol.
Como
despidiendo a la raíz del orbe
Sin
nostalgias ni la cólera negra
En
un soñoliento fonema de brazos abiertos,
I
griega copula la inocente siesta de la dríade en el serrallo
Con
el thánatos que nunca abandonará a la postrera matrioska del sueño.
I
griega ermitaña, huérfana y viuda
No
eres cruz ni menos un buda
¿Cómo
quisieras desenterrar tu pie de la escollera de la colina
si al enumerarte junto a otra i griega te anegas?
Pero
desde que los ríos de la lúnula
Se
alzaron en flecha hacia la cavidad terrestre del Pacífico
Se
presintió en cada contorno
El
rostro del vacío,
Y
necesité llenar mi mente con sílabas nonsescas,
Mi
boca con trazos de sonidos
Como
partituras musicales del pensamiento.
Es
en la albura donde se albergan despavoridos
Los
seres con sus estelas de signos
Y
uno se escapó de su blanco lecho de muerte
Con
una fuerza vital violenta, violeta, azul,
La
i griega azul,
Mi
nuevo cuerpo.
Desde
la escollera de la colina
Me
divisan como una i griega azul.
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